Treinta y seis

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Fue poco después, cuando su clase de Artes comenzó, que Aurora realmente se puso a pensar en las palabras de Thomas. La forma en la que la había mirado, la forma en la que le dijo aquello... «¿Acaso Thomas sabrá algo?» fue lo que pensó casi de forma fugaz.

Sin embargo, no pudo ni sentirse inquieta o aterrada pues una mujer joven, vestida de colores oscuros y maquillaje claro, se detuvo en medio de la sala, rodeada de lienzos y filas de antiguas exposiciones. Bajo la luz artificial del salón, la mujer los observó a todos con el gesto agudo —menos a la única Harvet que había en la clase, por supuesto. Cada uno de ellos era respetado incluso por las figuras mayores de la academia. Incluso por sí mismos—.

—Familia —fue lo que dijo la mujer— quiero que pinten lo que crean que significa familia.

Aurora se quedó quietísima tras el lienzo, mirando tan solo el fondo blanco con los ojos amplios y la boca entreabierta. «¿Familia?» ella repitió para sí, sintiendo la piel repentinamente fría. «¿Acaso yo tengo familia?»

Desde que era una niña, la única explicación que había obtenido de Ariah era que su padre las había abandonado antes de que ella naciera, desapareciendo cuando se enteró de que ella estaba embarazada. Eran solo ellas dos en el mundo desde el inicio, pues la madre de Ariah había muerto cuando ella era muy joven y a su padre nunca lo conoció. No había ni hermanas, ni tías, ni ningún pariente cercano... solo Ariah y Aurora, viviendo en las calles hasta que ella cumplió cinco años —de lo cual ni siquiera recordaba mucho, tan solo recuerdos fugaces— y luego escalando hasta detenerse en quienes eran.

Por un segundo, Aurora pensó en las palabras de Ría de algunas noches antes; «Eres más una Harvet de lo que crees.» ¿Lo era, acaso? A veces, sin pensarlo y cuando estaba rodeada de los herederos, Aurora llamaba a Emma "abuela" sin notarlo en un inicio, solo percatándose después, cuando repetía sus palabras —aunque ninguno de los herederos se inmutase, como si realmente lo fuera— y también, aunque Peerce no era cercano a ella —no lo era a ninguno de ellos, Peerce era un hombre frío y observador, no de gestos cálidos y cariñosos ni siquiera con su propia familia— a veces, Aurora lo encontraba observándola con suavidad y, cuando se acercaba, siempre le entregaba un anillo de plata. La primera vez que Aurora recibió uno verdadero fue a los quince años, cuando Peerce a medianoche se le acercó, besándole la cabellera roja casi con tristeza y dándole la mano... y cuando Aurora abrió su mano, ahí había un anillo con una rosa tallada en la plata. Ella no lo pensó cuando, embelesada, había murmurado "Gracias, abuelo..." y tampoco había visto como el hombre, siempre envuelto en una muralla de plata, se quebraba un poco ante la expresión.

Tal vez... Aurora no era una Harvet, pero Emma era su abuela y Peerce su abuelo, Milosh y Nish sus primos... y Ría, más que su prima, su hermana.

¿Y Azael?

No, Aurora negó, casi de inmediato, rechazando la idea de portar la misma sangre de Azael. Ella no quería nada que pudiese significar separarlos... más de lo que había.

Pero observando el lienzo blanco, se dio cuenta de que sus manos habían tomado pintura gris y negra sin ella notarlo. Lo observó con duda, absorta en lo blanco del cuadro. Algo caliente le corría sobre la piel, cosquilleándosela, casi diciéndole algo.

...Y al final, se dio cuenta de que ella no llevaba su apellido, ni era su hermana o de su sangre... pero que aun así, Azael era su familia. En cualquier sentido de la palabra, Azael lo era. Solo ella y él.

Por lo tanto, era familia lo que Aurora iba a pintar.

Y Azael era arte pintándose por sí mismo...

(...)

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