ada uno de los hermanos Harvet tenía en su mano tatuada una palabra. En los nudillos de la mano izquierda, trazado con tinta negra como si se tratase de una alianza; quedaba de tal forma que, cuando sus puños se cerraban, se exponía sobre la piel. Anna.
Los hermanos Harvet la tenían tatuada en los puños, y su padre, Peerce Harvet, en el pecho, a la altura del corazón. Como dejando en la piel una pieza perdida para recordar eternamente.
Una vez, Aurora escuchó a Lobríah rumorear sobre ello. Sobre una mujer de piel tersa y cabellos rojos, de ojos negros como el carbón. Tan hermosa que podría resultar irreal. Tan pálida y delicada como la porcelana... y que se había quebrado como la misma.
(...)
La acomodó a su lado, dejó que enterrara la cabeza en su pecho. Ella ya estaba dormida, con sus cabellos rojos desordenados sobre las sábanas sedosas y sus labios entreabiertos, exhalando suavemente sobre la piel de su cuello. Esos labios... Azael inhaló, dejando el aroma a manzanas colarse en su nariz y cerrando sus ojos, arropándola un poco más contra sí mismo, intentando sentirla mucho más cerca de lo que estaban.
Él sabía que estaba perdido porque ella era su condena; ella y la forma que tenía de tocarla y aun así, anhelar más. Porque cuando Azael acariciaba su mejilla, solo pensaba en tocar sus labios y cuando besaba su frente, su piel cosquilleaba en deseo por besarla en la boca... ¿Cuán perdido estaba? Tan caído por la chiquilla dulce.
Cuando despertó lo hizo por un contacto frío en su mejilla y abrió sus ojos, sobresaltado sin notar en qué momento se había quedado dormido o en qué momento Aurora había salido de la cama. La encontró ahí, inclinada sobre él a su lado. Cuando sus ojos chocaron contra dos orbes verdosos protegidos por espesas pestañas rizadas, le sonrió suavemente, como solo ella podía hacerlo. Alejó el pañuelo húmedo de su rostro, mostrándoselo.
—Esto ayudará a bajar la inflamación —le explicó en un tono bajo al verlo tan desorientado. Luego se acercó, tocándolo con cuidado de no lastimarlo en la herida de su pómulo.
Él la miró bajo la sombra de sus pestañas y desde ahí estudió su posición, la forma en la que ella se había sentado en el bordecillo de la cama a su lado, inclinándose sobre él. Tenía los largos rizos rojos recogidos en una cola, Azael trató de imaginarla apartándoselos con esa delicadeza que ella tenía y sin pensarlo, estiró su mano para recoger un rizo corto que se salía del moño y luego, lo colocó tras su oreja. Las comisuras de Aurora se alzaron pequeñamente, sus mejillas pecosas sonrosándose con dulzura.
Ella estaba concentrada, sin embargo, aplicando la pomada fría en la hinchazón al costado de su rostro, donde un moretón comenzaba a formarse. Aun vestía su pijama de dos piezas, de tela rosada suave y fina. La blusa tenía el cuello abierto en pico, dejando a la vista un trozo de la piel de su pecho repleta de pecas y lunares y en el centro, el medallón plateado resplandeciendo con la poca luz de la habitación. Azael frunció el ceño, entonces, preguntándose cuanto tiempo habría dormido desde que ambos cayeron en la cama, casi cuando amanecía que Aurora lo encontró en el gimnasio. La habitación amplia se encontraba a oscuras, gruesas cortinas cubriendo la ventana que daba paso al balcón y la única fuente de luz era la lámpara del tocador.
—¿Qué hora es? —preguntó, su voz enronquecida por el sueño.
—Son un poco más de las dos —le respondió ella y al ver la forma en la que su rostro se arrugó, añadió— yo desperté hace poco, no ha sucedido nada. Podemos bajar a buscar comida después u ordenarla, no importa.
Azael no respondió, solo dejó caer su cabeza y cerró sus ojos. El contacto de la tela sobre su rostro se desvaneció y se vio reemplazado por el tacto frío de la punta de sus dedos, recorriendo su mejilla tersamente y deteniéndose en lo alto de su pómulo. Azael se humedeció los labios, tragando con dureza. Cuan tortuoso podría resultarle aquello, el contacto inocente de Aurora sobre su piel y él deseando más que eso. Era una condena, en realidad, se había convertido en una cuando Mikahil pronunció aquellas palabras la noche anterior, impulsando con sus dedos un documento sobre la madera...
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Prohibido ©
Teen FictionY ella estaba ahí, mirándolo con aquellos ojos verdosos que parecían aclamar a gritos su inocencia, o hablándole en aquel tono bajo que a veces en sus más remotos sueños le susurraba su nombre, su promesa. Y lo conquistaba, lo seducía con aquellos...