«Cuando Aurora nació, comenzaba el invierno. En un inicio, todos los médicos se habían mostrado consternados y alertas, pues era una bebé tan pequeña y frágil que no creyeron que sobreviviera a los tres primeros días..., pero ella lo hizo.
Mikahil Harvet se había detenido afuera de la ventana de cristal, observando con atención la pequeña cuna de la habitación de hospital. Aquella niña era tan pálida que lo único que se distinguía entre las sábanas de un suave blanco era lo rojo de sus cabellos coronado su cabeza. Él la observó con atención. Aurora no tenía poco más de un mes de edad y aún no podía salir de la clínica, decían que estaba bien, que estaba mejorando, pero él la veía igual de pequeña e igual de frágil que el día que había nacido.
Él, desde afuera de la ventana, observó a Ariah tomarla en brazos, sacándola de la cuna. Con cuidado, casi con miedo... cuando Aurora no lloró entre sus brazos, ella giró a verlo, comenzado a mecerla. Ambos se vieron a través del cristal.
Mikahil asintió, fue el único movimiento que hizo. Ariah le dejó un beso a Aurora en la cabeza roja, como si se despidiera por él.
Esa fue la última vez que Mikahil vio a Aurora... hasta cinco años después.»
(...)
—¿Dónde estuviste ayer?
—¿Uhm?
—Durante todo el día —Ría se detuvo junto a ella, alcanzado una manzana. Aurora trató de no mirarla mientras envolvía la suya en una servilleta —No viniste a la academia. Estaba preocupada.
—Oh —Aurora tragó con dureza, encogiéndose de hombros— simplemente me quedé en casa todo el día. Estaba muy cansada.
Estaba mintiendo. Ella no se había quedado en casa el día anterior... en realidad, ni siquiera se había detenido en la gran casa hasta la tarde, casi anocheciendo, cuando el tiempo se le agotó. El resto del día —y del fin de semana, realmente— estuvo en aquel edificio alejado de la ciudad, en un apartamento en blanco y negro... junto a Azael.
Había despertado a su lado nuevamente, pero Azael ya aguardaba por ella. Mirándola con atención cuando ella abrió los ojos, tocándole con cuidado el rostro como si comprobara que ella estaba ahí y luego besándola castamente. Aurora ni siquiera había encontrado las fuerzas para salir de la cama cuando Azael, entre besos, le dijo «Tienes que comer para poder salir... a la academia» pero, contrario a sus palabras, Azael parecía reacio a dejarla ir, intentado contenerse de besarla. Y Aurora, que quería tanto rendirse ahí y no escapar de ese pequeño escondite donde estaban, simplemente había murmurando «No» muy bajito, alejándolo para mirarlo y luego sonreírle suavemente «No quiero salir hoy. No vayamos. Quedémonos aquí.»
Y Azael había lucido serio por un segundo, casi negándolo, intentado racionalizar... pero había bastado que Aurora le dejase un piquito dulce en la boca para que todo él se rindiera ante ella.
Habían hecho mucho en ese día, esas pocas horas estuvieron repletas de murmullos que formaron una conversación, de la risa de Aurora cuando él la besaba y de la mirada juguetona de Azael cuando Aurora le compartía su desayuno de la misma forma en la que lo hizo el día anterior. Fue, también, roces peligrosos y fugaces como mismo caricias tibias y tentativas, ambos mirándose a los ojos como amantes y luego besándose como seres insaciables el uno de la otra. Fue ambos acomodándose en la tina del baño bajo la espuma, tocándose como algo más que placentero y prohibido... y también Aurora quedándose dormida mientras delineaba los tatuajes del pecho de Azael con la punta de sus dedos, él rodeándola firmemente con los brazos, ambos en la cama de sábanas blancas, los dedos de Azael recorriendo la espalda de Aurora hasta que el sueño se le desvaneció en besos.
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Prohibido ©
Teen FictionY ella estaba ahí, mirándolo con aquellos ojos verdosos que parecían aclamar a gritos su inocencia, o hablándole en aquel tono bajo que a veces en sus más remotos sueños le susurraba su nombre, su promesa. Y lo conquistaba, lo seducía con aquellos...