Cincuenta

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—No, no, no... ¡Suéltala!

Aurora lloraba y Azael corría tras ella furioso. Pero no parecían escucharla, ninguno de ellos.

—Llama a Mikahil. Llama a Ariah. ¡Ahora!

Emma Harvet no pudo imaginar nunca que sucedería aquella mañana. Ni siquiera desde el inicio; había despertado cuando sintió a Peerce alejarse de la cama. Cuando le preguntó al hombre que sucedía, él le había contestado:

—Hay alguien ahí fuera. En el jardín.

Emma se alarmó de inmediato, espabilando sobre la cama para mirar a su marido.

—Es imposible. ¿Crees que alguien entró?

¡Aquello sonaba como una barrabasada! Desde aquel horror que había sucedido hacia años, cuando se infiltraron en la casa y secuestraron a los hijos de Mikahil, la seguridad de la gran casa se había asegurado hasta convertirse en impecable. Era imposible que alguien pasara sin ser previamente autorizado y los guardias y el sistema de seguridad estaban encargados de ello. La mansión era impenetrable.

—No. No alguien desconocido —Peerce eliminó sus más miedosas sospechas. Pero lo dijo con dureza, casi con tensión, cuando continúo— La seguridad no permitiría pasar a nadie que no fuera de la familia.

Y Emma entendió lo que eso significaba. Pero, ¿Quién? Si todos estaban ahí, bajo s techo. Easton, sus hijos, Kaethennis y Earlier, Thomas debía estar...

Y Emma lo entendió. Fue por eso que, cuando lo hizo, salió de la cama y corrió tras Peerce. Fue en ese instante cuando comenzó a sentir incertidumbre y preocupación. Sus más recónditos temores estaban a punto de hacerse realidad.





—¡No! —Aurora gritó entre el llanto, arrastrada hacia adentro de la casa. El rostro empapado en lágrimas y el pecho contraído, Peerce Harvet tirando de su brazo con fuerzas desde el momento en el que la alejó de Azael. —¡No!

Azael intentó ir hacia ella, desesperado y furioso, y su abuelo lo empujó cuando intentó tocarla. Ella gritó, rota y asustada, sollozos escapándose con fuerzas de sus labios y quitándole la respiración. Emma, tras Azael, lucía la expresión más horrorizada y temerosa que alguna vez hubiera tocado el rostro de la mujer.

—¡Azael! —Aurora gritó cuando Peerce la adentró a la sala de la gran casa, dejándola sobre un asiento como si fuera ella una muñeca sin vida. El hombre se volteó hacia donde su nieto entraba, encolerizado, y lució más peligroso que nunca cuando le siseó, iracundo:

—No la toques —y Aurora nunca había visto a Peerce así, y tal vez fue por eso que temió tanto. El hombre lucía como una bestia— Ni si te ocurra acercarte.

Quien primero bajó ante los gritos fue Kaethennis, quien lucía desorbitada y cuando encontró la escena que se desarrollaba en la sala, todo cambió en su mirada. Se mostró asustada, congelándose en medio de las escaleras como si aquella imagen de la nada la llenara de pavor.

—¡Padre! —gritó. Tras ella, Earlier bajó, viéndose turbada por primera vez... y quedándose sin palabras ante lo que encontró.

—¿Dónde está Mikahil? —bramó. Emma negó una y otra vez, temblando.

—Ya viene. Ya viene.

—No, no —Aurora lloró. Azael intentó ir hacia ella una vez más, desesperado, ansioso. Cuando Peerce se volteó hacia él y lo vio ir, lo detuvo de un golpe de mano abierta. Emma gritó, corriendo hacia su nieto. Aurora sollozó con fuerzas, encogiéndose de miedo y Azael ni se inmutó ante el bofetón, pero sus ojos se oscurecieron tanto del odio que sus pupilas parecieron negras.

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⏰ Última actualización: Feb 27, 2023 ⏰

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