Veintiocho

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«—¿Quieres que te cuente una historia? ...Una vez, un demonio tocó el cielo, casi accidentalmente... y se encontró un ángel. La criatura más hermosa y preciada que alguna vez había visto y ese demonio, hecho de fuego y de mal, cayó perdidamente enamorado de aquella criatura hecha de pureza... lo hizo sin saber que, cuando el demonio tocaba al ángel, le quemaba sobre la pálida piel, haciéndole tanto daño...»

(...)

Pero antes, Azael había conocido otra muñequita de piel pálida repleta de pecas, de grandes ojos grises y cabellos castaños, de voz dulce y toque suave. Desde niño, a Azael lo envolvieron unos brazos delgados, apegándolo contra un pecho cálido donde, en el centro, había un colgante de ángel en plata; y, cuando él abría los ojos, ahí estaba la mujer más hermosa que creía que alguna vez había visto.

Amalia Harvet.

Azael había viajado incontable veces fuera de Alemania desde que tenía memoria. Viajes de corta duración, por poco menos de cinco días. Sucedían así; cuando Mikahil Harvet llegaba a las puertas de la prestigiosa academia alemana en donde estudiaba, la poca valija de tres días en mano y el gesto levemente tranquilo que anunciaba solamente a donde irían, sin necesitar otra explicación. Poco después, lo conducía a un punto lejano de Berlín, llevándolo hacia un avión y alejándolo, arrebatándole a Azael su hogar por tres días mientras que, a donde iban, una familia de ojos negros los esperaba.

Pero el lugar de Azael no era aquella gran casa con un jardín de rosas ni los Harvet —a dónde su padre siempre regresaba, una y otra vez cada pocos meses apenas— ni el aire frío de Rusia o el hogar de Mikahil, no; a dónde Azael pertenecía era a aquel departamento en el edificio más alto de Berlín, en una habitación de grandes ventanales y aire tibio... ahí, donde una muñequita lo envolvía entre sus brazos todas las noches, leyéndole hasta hacerlo dormir. A dónde Azael pertenecía era a los brazos de su madre, el ángel más bonito que alguna vez él había visto... hasta que ese ángel comenzó a padecer.

Azael le había dicho una vez a ella —Amalia, su madre, tan hermosa y dulce—... que era su alma. Y si ella se iba, él se quedaría sin una.

Pero nunca supo cómo o cuando sucedió. Él solo recuerda, muy castamente, una tarde fría en la que ella regresó a casa pálida y temblorosa, apenas sonriéndole antes de correr hacia el despacho de Mikahil, cerrando la puerta tras ella. Parecía que iba a caer, sin embargo, cuando su padre se apresuró a sostenerla, Azael alcanzó a escuchar a Amalia decir con la voz quebradiza:

—Las pruebas, los resultados... es cáncer.

Azael comprendió, mucho después, que lo que había quebrado la voz de su madre había sido un sollozo.

Y esa noche, ella llegó muy tarde a leerle antes de ir a dormir. Él aguardaba despierto, los ojos entrecerrados por el sueño y el gesto fruncido cuando Amalia le tocó la puerta y poco después entró, los ojos grises cubiertos de lágrimas, la sonrisa temblorosa y su voz, siempre tan suave y dulce, quebrada.

Ella se sentó a su lado, tomándole la mano y mirándolo a los ojos cuando dijo:

—¿Quieres que te cuente una historia? —había susurrado, muy bajito—...Una vez, un demonio tocó el cielo, casi accidentalmente... y se encontró un ángel. La criatura más hermosa y preciada que alguna vez había visto y ese demonio, hecho de fuego y de mal, cayó perdidamente enamorado de aquella criatura hecha de pureza... lo hizo sin saber que, cuando el demonio tocaba al ángel, le quemaba sobre la pálida piel, haciéndole tanto daño...

Azael no le entendió. Tenía tan solo siete años la primera vez que visitó un hospital. Le tomaba la mano a su madre y ella se la sujetaba con fuerzas, apretándola cuando el doctor en frente de ella comenzó a recitar los tratamientos. Azael no entendía, en lo absoluto —ni siquiera a sí mismo, a esa frialdad e inquietud que sentía en el pecho— y, por curiosidad, buscó los ojos de su padre... Mikahil lucía tan frío y estoico mientras escuchaba, pero Azael podía verlo. Podía ver la desesperación en los ojos negros mientras escuchaba el tratamiento para el daño de su ángel.

Prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora