Capitulo 23. Aposentos

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Hínata paseaba inquieta a los pies de su cama. La luz de la luna entraba por la ventana, cuyas cortinas permanecen abiertas desde la tercera noche de su estancia, e iluminaba el espacio. No tenía sentido cerrarlas porque tanto si estaba oscuro o no; ella no podía conciliar el sueño, solo conseguía descansar una o dos horas cada noche.

Angustiada, se cubrió el rostro con las manos. Si no lograba aliviar aquel doloroso deseo que sentía por Naruto, y por tener a su bebe, acabaría volviéndose loca.

Durante ese año, había coleccionado en su mente cientos de imágenes de Naruto; Naruto tumbado en el sofá de su casa, en mangas de camisa, leyéndole en voz alta; Naruto junto a la chimenea frente a la luz...

Había memorizado su sonrisa y la forma en la que se frotaba la nuca cuando estaba nervioso. Sabia que la barba que le estaba empezando a crecer le ensombrecía el rostro a la mañana y retenía en la memoria el brillo maliciosos de sus ojos azules cuando la provocaba y la deseaba.

Él la deseaba.

El fulgor de su voz, le demostraba cada día que la deseaba, que necesitaba abrazarla, tocarla, hacerle el amor. Pero cumplía su promesa y no hacía ningún movimiento para seducirla.

Suspiro y se miró las manos. La verdad es que Naruto no tenía que esforzarse mucho por tratar de evitarla y que no la sedujera.

¿Entonces porque se paseaba de un lado a otro con una angustia febril si el alivio de su sufrimiento estaba a tan pocos centímetros de ella?

Porque sabía que él, la personificación de todo lo que había deseado, era nocivo para ella. Era un libertino de cierto renombre, pero le había demostrado en aquel hotel que valía la pena su confianza.

Naruto le había contado la delicada historia de su pasado amorío con Shion; y las razones burocráticas por las cuales su tío quería casarles.

Ella quería encerrarlo, quedárselo para ella sola y no compartirlo con nadie. Solo así conseguiría encontrar cierta paz. Que se quedara para siempre y cuidarán de su hijo, solo así sentiría alivio.

"Los celos son una emoción muy posesiva, amor. —le había dicho aquel primer día en la estancia—. Tendrás que casarte conmigo si quieres tener derecho a sentirte así"

¿El "derecho" a que? Naruto también le había demostrado en reiteradas ocasiones lo controlador y posesivo que era. No permitía que ningún hombre que no fuera él se acercase a escasos centímetros de ella. Ni siquiera para poder oler los perfumes caros y ostentosos que se colocaba para que apreciaran a la hermosa mujer que tenía a su lado. ¿Derecho a que?

A quedárselo.

A reclamarle.

Eso era lo que ella quería, a pesar de saber que era una tortura.

Por otro lado; sabía que no encontraría ninguna tranquilidad si se ataba a un hombre como Naruto, cuyo apetito por la vida y la aventura lo convertían en un ser del todo indomable.

Se detuvo y clavó sus ojos en la cama, recordando la intensidad de esa avidez.

¿Acaso un anillo, su apellido, y tener derecho a poseer su cuerpo no eran mejor que nada?

Antes de poder reflexionarlo con detenimiento, Hinata salió de la habitación y entró en el que se hallaba Naruto sin molestarse en llamar.

Se dirigió a la cama y aminoró el paso cuando se dio cuenta de que estaba vacía; las sábanas estaba muy revueltas. Miro sorprendida a su alrededor y descubrirlo al rubio mirando hacia la ventana.

Sin camisa e inmóvil, bañado a la luz de la luna, la observaba sin parpadear.

—¿Naruto?

—¿Que quieres, Hinata? —le preguntó con cierta aspereza.

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