Capítulo 5. Cálidos colores

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La primera punzada de amor es como una puesta de sol, una explosión de color: naranjas, rosas irisados, morados vibrantes...

En el hogar de las Hyuga flotaba un ambiente extraño y apagado, pero Hinata no se molestaba en pensar mucho en ello. Estaba sentada frente al tocador de brillante caoba de su dormitorio, permanecía erguida y en silencio. Hinata contemplaba su propio reflejo sin dejar que su mirada se alzase hasta los ojos de su doncella.

Aún le costaba creer que Naruto —aquel perfecto hombre, tan atractivo, tan guapo en apariencia — fuese capaz de hacer cosas prohibidas con ella...

La doncella; siguió pasando despacio, el peine de plata por cada oscuro mechón.

—Muy bien —dijo Hinata en tono impaciente—. Ya puedes trenzarlo.

La doncella miró a Hinata en el espejo y la amargura centelleo en sus ojos. Era una engreída. Pasó un largo momento y, antes de que pudiese decidir como reaccionar, llamaron a la puerta.

Hinata permaneció inmóvil, limitándose a levantar la barbilla ligeramente.

—¿Sí? —respondió.

Se abrió la puerta y, al volverse, Hinata vio a Naruto. Llevaba una camisa gris con los botones del pecho abiertos y el cabello alborotado. Se apoyaba en la cadera el cesto de la ropa sucia.

Hinata casi se cae de la butaca al verlo. Desde aquella noche, en la que decidió declarar la guerra a muerte, no podia evitar pornerse nerviosa cuando lo veía. No era capaz de mirarlo a los ojos sin recordar lo que pasó. Sin recrear cada momento.

—¿Aún no has terminado? —preguntó Naruto, mirando a la doncella y luego a Hinata.

La doncella se sonrojó.
—N-No —fue lo único que contestó. Estaba roja y cabizbaja.

Hinata respiró hondamente. Intentando parecer despreocupada e indiferente al tener a Naruto allí.

—Qué bueno que estas aquí, Naruto. ¿Te importaría trenzarme el pelo? —preguntó Hinata, clavando los ojos en su propio reflejo; mientras el corazón le aporreaba el pecho.

Naruto enarco las cejas. Eso eran trabajos para las doncellas, pero ya que se lo había pedido de buena manera, haría una excepción. No recordaba ningún momento en su vida en que le haya trenzado el cabello a una mujer.

La doncella retiró las manos de Hinata y se apartó para dejarle sitio a Naruto. Con gesto cansado, el rubio apoyó la cesta en el suelo y luego avanzó por la suntuosa alfombra, dedicandole una mirada sombría a Hinata.

Era una cabezona.

La doncella observó en silenció, cómo Naruto separaba su cabello con rapidez y habilidad y formaba con él una trenza apretada y esbelta que le bajaba por la espalda. Hinata sentía escalofríos cuando los dedos de Naruto rozaban con la sensible piel de su nuca y cuello. Trató de que su respiración fuese acompasada, aunque estaba lejos de serlo realmente. Al acabar, Naruto dio un paso atrás.

—¿Algo mas? —dijo.

Hinata observó estupefacta el asombroso trabajo que Naruto había hecho con su cabello. Era de lejos mucho mejor que las trenzas que hacía su doncella a menudo. Para ser hombre, sabía como arreglar el cabello de una mujer. Hinata se preguntó si no se debía a que solía arreglarle el cabello a alguna novia o hermana. ¿Tendría el alguna novia? Hinata sacudió la cabeza.

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