Capítulo 4. Venganza

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Hinata abrió las cortinas del pequeño despacho de café, pero había poco que observar, la ventana daba al patio trasero, y todo lo que pudo ver fue el frío gris del cielo despejado. Así que volvió a cerrar las ventanas.

Sólo tenía dos opciones; de las cuales una era esperar a que alguien entrase al despacho y la descubriese en el estado en que estaba; y la otra pertenecía al lado más osado que podría existir en una dama. Salir por la ventana y escabullirse a un lugar donde no pudiesen verla.

Por lo que pudo ver, su único plan era mantener sus conocimientos y sus temores para sí misma. Sabía que o estaba siendo engañada como una niña, por sus propios descuidos, o estaba en un aprieto; y lo último tenía tanto sentido como lo primero. Necesitaba todo sus sesos para poder salir adelante.

Empezó a reunir todos los manteles que se hallaban en el armario de caoba de la habitación. El plan de escapar estaba dando frutos en su cabeza, apenas había comenzando a abrir la ventana y sujetar la larga cuerda de manteles blancos para saltar, cuándo oyó que la puerta se abría, y supo que alguien la había descubierto.

Hinata se puso rígida e inmóvil, automáticamente por instinto.

Escuchó los pasos de alguien acercarse a ella, y sintió el contacto menudo de una palma fría en el brazo. Se volvió y vio a Tenten, que llevaba de nuevo un tono descolorido. Parecía una rígida mezcla de leche y agua.

—Hinata —pronunció, con la voz escandalizada, y una moderada sonrisa. Su cabello castaño se le rizaba con pulcritud en la parte superior de la frente—. Llevo toda la noche buscando. ¿Qué es lo que haces aquí toda semi desnuda?

—No te preocupes por mí —dijo Hinata con alivió al ver a su amiga.

Le cogió la mano con fuerza y tiró de ella fuera de la habitación. Cruzaron deprisa el corredor poco iluminado, lleno de fantasmales estatuas y helechos que se desbordaban de las macetas, a un paso ideal para las miradas de admiración. Mientras avanzaban, Hinata observó con interés de propietaria los techos artesonados y la fina madera de zócalo.

—Tenemos que buscar una habitación privada donde pueda ponerme algo de ropa.

—¿Pero que fue lo que paso? —murmuró Tenten mientras levantaba una ceja cuidadosamente maquillada—. ¿Hay noticias?

Hinata miró a su alrededor en busca de una habitación que estuviese desocupada, estaba demasiado frenética para pensar en algo.

—Yo misma he estado tan ocupada que apenas recuerdo. Me alegro de verte ahora —añadió, mirando a Tenten y tirando de ella a medida que avanzaban.

—¿Has dormido con alguien? —preguntó tenten intrigada con una leve nota de emoción en la voz—. ¿Por eso estas así?

—No lo he hecho —dijo Hinata, en un tono más seco de lo que pretendía—. Pero, antes de que te cuente nada, tenemos que buscar donde pueda vestirme. Ese maldito idiota me ha tendido una trampa —añadió pese a observar que Tenten se sobresaltaba.

Cuándo se dio cuenta de que era una burla para él, una especie de sensación salvaje se apoderó de ella. Corrió arriba y abajo por las escaleras con Tenten a su espalda mientras la arrastraba; pulsando cada puerta y mirando a través de cada ventana que encontraba.

Al final, entraron en una de las habitación de empleados. Tenten hizo un gesto sutil hacía uno de los criados de los Sarutobi, y pronto llego con una muda de ropa nueva para ella.

Ningún hombre se había burlado de ella como Naruto, y no entiende por qué. ¿Por qué dejo que algo así pasara? ¿Porque es guapo? ¿Intimidante? ¿Descarado? ¿Inteligente? ¿Despreocupado? ¿Dominante? Tantas cosas. Sinceramente la Hyuga no entendía su reacción irracional. Suspiró profundamente aliviada, mientras se colocaba el vestido. Su amiga vigila al otro lado asegurándose de que nadie entrase a la habitación.

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