Capitulo 25. Noche de bodas.

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Hinata intentó no pensar mucho mientras se preparaba para su noche de bodas. Se tomó su tiempo en el tocador y revisó toda la habitación; le encantaba estar rodeada de cosas; a pesar de encontrarse en un lugar extraño. El dormitorio era mucho más precioso y grande, y las paredes estaban empapeladas con un tono lila pálido. Sólo dos puertas la separaban del dormitorio de Naruto. Al recordarlo, su piel empezó a hervir y su corazón se agitó. Hacía tantos días que no le hacía el amor que se estremeció con la sola perspectiva de la noche que estaba por venir.

A pesar del deseo que le hacía sentir a todas horas, todavía le parecía aterrador haberse casado con un hombre cuya voluntad era más fuerte que la suya.

Alguien tan decidido a la realización de sus metas que no permitiría que nada se interpusiera en su camino. ¿Conseguiría influir de algún modo en alguien así? ¿Podía convencerlo para que modificara algunas de sus decisiones? Quizá el cambio ni siquiera fuera una posibilidad y era una ilusa al pensarlo.

Cuando acabo de bañarse, le pidió a Donna, la doncella, que le dejara el pelo suelto y luego le dio permiso para que se retirara.

Hinata se acercó a la cama, donde la esperaba el camisón y la bata. Ambas prendas habían sido mandándose a confeccionar exclusiva para ella. Las observo un momento y paso los dedos por la seda y los bordados carísimos.

La luz de las velas se reflejaba sobre el diamante de su anillo, tan distinto del que había escogido Sasuke aquella vez que quiso proponerle matrimonio, mucho más sencillo. Naruto le había regalado un enorme aro de diamantes con una piedra central rodeada de rubíes, era imposible ignorarlo, una evidente reclamación de su persona, y por si eso no fuera suficiente, había hecho grabar en él, el emblema de los Uzumaki.

Oyó una rápida llamada a la puerta y, de forma instintiva Hinata se movió para coger su camisón, pero entonces lo pensó mejor. Su marido era un hombre de voraces apetitos sexuales y, últimamente su interés había sido poco menos cálido. Si quería mantener vivo su interés, debería ser más atrevida.

Ella no tenía tanta experiencia como sus muchas amantes, pero contaba con su entusiasmo y esperaba que con eso fuera suficiente.

Ignoro las prendas y le dio permiso para entrar. Tomó una vigorizante bocanada de aire y se dio media vuelta. Naruto abrió la puerta y entró.

Llevaba una bata de satén y al verla se puso tenso, se quedó helado bajo el umbral y sus ojos azules empezaron a arder de deseo.

Hinata sintió un cosquilleo en la piel y luchó contra el impulso de taparse con sus manos. Al contrario, levantó la barbilla para fingir una valentía que, en realidad, no sentía.

La suave y ronca voz de Naruto le puso la piel de gallina.

—No despegas los ojos de mi, amor.

Naruto cruzó el dormitorio hacia donde ella estaba y Hinata notó que la bata rozaba las piernas de Naruto con delicadeza. Cuando su cuerpo estuvo lo bastante cerca, sintió el calor que emanaba de él y su olor a sándalo y cítricos la embriago. Sus pezones se endurecieron y, una tras otra, una serie de oleadas de deseo resbalaron desde sus pechos hasta su sexo. Hinata reprimió un gemido.

¿Cuando se había convertido en una mujer tan licénciosa?

—Te he echado de menos —suspiro ella esperando sus caricias con impaciencia.

—¿Ah, si? —la observo de arriba abajo embelesado. Ella le devolvió el escrutinio y advirtió la rigidez de su mandíbula que contradecía el calor de su mirada. Se había distanciado tanto de ella que, aunque encantador, parecía un desconocido. Entonces le metió la mano entre las piernas, deslizó el anular entre sus muslos y sintió la humedad—. Si, ya veo que es cierto.

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