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Mar o campo

Luego de lo que pareció el fin de semana más largo de mi vida, la nueva semana comienza casi con normalidad.

Casi.

Vuelvo a abrir mi mochila para inspeccionar que llevo todo lo que necesito, y por más que lo deseo no consigo estar tranquila.

—Es hora de irnos — avisa Archer y mi estómago se hace nudo.

—Ya voy — cierro la mochila y la cuelgo en mi hombro antes de entrar a la habitación de huéspedes —. Debemos irnos — informo y Belcebú asiente despreocupadamente —, por favor, no hagas ninguna tontería.

—Confía en mí.

—Eso quiero hacer. Recuerda, si necesitas algo puedes usar el teléfono que te di, ¿recuerdas cómo usarlo?

—Aprendí con la primera lección que me diste, las otras cuatro fueron innecesarias.

—De acuerdo, si hay algo que pase o no sepas cómo hacer o usar, marca mi número y te diré cómo hacerlo.

—Pecado, estás más preocupada de lo que deberías, quizá no soy un humano y no esté familiarizado con sus cosas, pero créeme que puedo tener bajo control cualquier situación.

—Está bien, lo sé.

Me siento bastante estúpida al dudar de él, no sabe cómo usar la estufa, pero seguro que si causara un incendio con ella sabría cómo apagarlo.

—Ya nos vamos, no salgas del departamento y si alguien toca el timbre no abras e intenta que nadie note que estás aquí adentro. Todas esa cosas que te dejé ahí puedes usarlas — señalo a la cama —, volveremos en algunas horas.

—Aradia.

—¿Sí?

—Se te hace tarde.

—Sí, ya nos vamos.

Con todo el miedo que poseo salgo de la habitación y camino a la salida, dejando toda mi confianza en un tipo que es prácticamente un desconocido.

Seguro que estará bien.

¿Qué podría hacer? Sabe que no le conviene hacer nada que le haya dicho que no hiciera y yo sé que no es estúpido, por lo que noto que es una buena combinación que debería dejarme ir tranquila.

—Yo manejo — decide Archer y le doy las llaves del auto, pues me siento bastante nerviosa como para rechazar su oferta.

Me cierro la chaqueta cuando el viento frío me recibe fuera del edificio y me froto las manos para mantenerlas calientes mientras llegamos al auto.

Todo va a estar bien, debo relajarme de una buena vez antes de que la que termine metiendo la pata sea yo.

(...)

Los últimos diez minutos de mi clase de francés son los más difíciles, pues la mayoría de los presentes ha terminado de hacer sus deberes, y mientras los distraídos terminan también, las pláticas banales de todos inundan en lugar con risas, quejas y cualquier cosa por el estilo.

Yo sólo deseo que los minutos pasen de una vez y mi siguiente clase empiece ya.

—Hola, Aradia — saluda Zarah sentándose en la silla de enfrente y recargándose en mi banca.

—Hola — respondo sin ganas y deseando que la víbora desaparezca de mi vista.

—¿Cómo te encuentras hoy?

Tentación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora