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Halloween

Apenas van a dar las cinco de la tarde y puedo sentir que todo el mundo está vuelto loco e impaciente por salir volando de sus habitaciones y comenzar con la noche.

En contra de mi voluntad he permitido que Daisy haga su arte en mi rostro, y aunque no me he mirado al espejo todavía, me ha dicho hace un momento que está por terminar.

El maquillaje jamás ha sido lo mío, pero ella me ha convencido de al menos dejar que me pintara los ojos, ya que el clima tan caluroso y húmedo del lugar no se llevaría bien con un maquillaje de Halloween de rostro completo.

—Ya está — informa y tras un momento abro los ojos.

Siento los párpados pesados y no puedo quitarme la extraña sensación de algo sobre la cara.

—¿Qué tan horrenda me veo? — pregunto antes de pararme de la cama para ir al espejo.

—Me ofendes — dice posando una mano en el pecho.

—No me refiero a que el maquillaje sea malo, lo malo más bien es mi cara.

—Por supuesto que no, Ari — niega riéndose con esa voz dulce y melodiosa que tiene —. Tu rostro es precioso, y con el maquillaje has quedado divina.

Me preparo para afrontar la realidad y me pongo de pie.

Miro al piso en el camino al espejo y alzo la vista sin darme más tiempo a rodeos.

—Ja, cambiaron el espejo por una ventana y hay alguien más del otro lado — pienso al ver el reflejo.

—Claro que no — niega riéndose de nuevo —. Eres tú sí o sí.

—Pues no me lo creo.

El color predominante de la sombra de ojos es un rojo intenso acompañado de negro, abarca casi mi párpado completo, pero se difumina antes de llegar a las cejas.

También se las ha arreglado para hacerme un delineado que es nada más y nada menos el ala de un murciélago. Poco arriba de las cejas me ha dibujado una media luna curvada hacia arriba, y debajo de los ojos sobre los pómulos tengo algunos diminutos murciégalos que no me explico cómo consiguió pintar.

—¿Te gusta? — investiga.

—¿Bromeas? ¡Me encanta! No me explico cómo es posible conseguir algo como esto.

—El maquillaje todo lo puede — asegura y veo que comienza a maquillarse.

Ni siquiera me reconozco, jamás pensé que un poco de color sobre los ojos fuera suficiente para cambiar por completo el rostro de una persona.

—Se me olvidaba, ponte esto — recuerda dándome un labial rojo.

—Los labiales rojos son mi terror — confieso.

—¿Y eso por qué?

—Les tengo pánico.

—Pues te vi en una fiesta con el y te veías grandiosa.

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