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El fugitivo.

Archer está a punto de desmayarse del miedo y yo quiero rehusarme a creer en las palabras del tipo.

Seguramente el golpe le está haciendo alucinar. No tengo dudas de ello.

—¿Por que no me crees? — pregunta.

—Básicamente un desconocido está diciéndome que es un demonio, ¿de verdad preguntas por qué no te creo?

—Sé que es complicado para un humano creer algo así. Sobretodo porque nunca nos han visto, pero no tengo por qué mentirte.

—¿Y si sólo estás alucinando por el golpe que te diste? Es más, ya sé que ha pasado... — decido —. Hmm... por algún motivo extraño que ni siquiera voy a preguntar, estabas en el cementerio, y accidentalmente uno de todos esos rayos que cayeron ahí te cayó específicamente a ti. Por eso estás lastimando y ahora alucinas con que eres un ángel.

—Sí — me apoya Archer —, me parece una buena especulación, seguramente es eso.

—¿Ves algún rastro de que me haya caído un rayo? No lo sé, ¿me ves la piel quemada o con marcas que indiquen que tu especulación es cierta?

—No — acepto pero me niego a creer la historia del demonio. 

—Es porque no me cayó ningún rayo, yo caí junto con uno. Eso es muy diferente.

—Pues no te creo — debato muy segura de mis palabras —, busca su billetera, o algo en lo que queda de su pantalón — le ordeno a Archer y sale disparado a la habitación —, no pudo haberse salido todo de sus bolsillos.

—Esto ni siquiera tiene bolsillos — se queja Arch mientras busca entre las telas algo.

—Obviamente no los tiene, y es más obvio que no tengo billetera. Por favor, los demonios no usamos dinero — se queja el tipo un poco molesto de que nos rehusemos a creer su historia.

—Bien — acepto —, eres un demonio.

—Sí.

—Caíste del cielo.

—Sí.

—Y tengo que creerte aunque no tenga pruebas de que seas un demonio pero tampoco de que no lo seas.

—Exacto.

—De verdad no puedo creerte.

—Por favor, dime a cuántos hombres conoces que caigan del cielo y vivan. Mírame, no soy como cualquier hombre. Es más — dice parándose y me sobresalta, haciendo que me vuelva a voltear para no mirarlo —, mira, mira esto. ¡Ni siquiera tengo ombligo!

Y aunque no quiero mirarle termino haciéndolo y constatando lo que dice.

—No puede ser — me quejo al darme cuenta que solo está diciendo la verdad.

—Por favor dime que no le crees — pide Arch asustado.

—Dime a cuántas personas conoces que no tengan ombligo — respondo resignada —, ¡a ninguna! Es imposible no tener ombligo, ¡imposible!

—Solo relájense — pide el chico sentándose de nuevo.

—Si nos permites, estamos un poco asustados de habernos encontrado a un demonio en un cementerio. Ya tenía como un mes que no nos pasaba eso.

Tentación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora