Ocho horas
—Estás muy emocionado, seguro que no sabes que nos espera pasar ocho horas sentados en un camión... — pienso —. Como mínimo, claro.
—He pasado más tiempo haciendo cosas peores — asegura terminando de atarse una agujeta y toma su maleta de la cama —. Dame eso, yo la llevaré.
Antes de que pueda evitarlo me quita la maleta de las manos y se atraviesa la corea sobre el pecho igual que ha hecho con la suya.
Salgo de la habitación tras él y voy de vuelta a la mía.
Hoy se nos ha hecho temprano, y ocuparé nuestros veinte minutos de sobra inspeccionando toda mi pieza en busca de algo que olvide llevar o me sirva para el viaje.
—¿No crees que ya llevas demasiadas cosas en tu maleta y mochila? — me encuesta.
—Hmm... no — niego tomando un libro de los tantos que tengo.
—Bien, el libro es suficiente, vámonos — presiona con intenciones de sacarme de aquí.
—Escucha, hay una terrible sensación de olvido en mi pecho que no desaparecerá hasta que descarte todas las posibilidades de que olvido algo en casa. No querrás tenerme tantas horas irritada en un autobús, mucho menos si de verdad dejo algo.
Se lo piensa un segundo y al fin acepta que continúe mirando todo.
—Hey, qué tal ese abrigo de plumas para el frío de la playa — se burla.
—¿Quieres mi abrigo de plumas para no sufrir por las que perdiste con tus alas? — contraataco.
—Cada día que pasa te vuelves más sagaz — observa con amargura.
—Y tú más molesto.
Una vez que descarto cada cosa que permanece en el escritorio, voy a poner la mochila en la cama para revisar lo que hay dentro.
Los libros requeridos de la escuela, el que acabo de tomar, audífonos, cargador portátil, cable para cargar el móvil, cartera, mi bolsa de artefactos de aseo personal, y una cobija para el puto frío de las ocho horas de carretera que esperan.
—¿Tú peluche de perrito? — propone Belcebú y le tiro un manotazo mientras se ríe.
—Lo voy a llevar para ti, si bien que amaneciste abrazándolo más a él que a mí.
—Está bien, será una buena compañía para el viaje.
—Ya cállate — pido intentando no reírme también.
Cierro la mochila y vuelvo a colgármela en los hombros.
A pesar de estar segura de no olvidar nada, la sensación permanece en mi estómago. Algo común cada que salgo de viaje, y que más específicamente se llama ansiedad.
Me aseguro de apagar las luces y que todos los contactos de la casa estén libres, y al final todo queda en completa oscuridad cuando estamos llegando a la puerta.
Son casi las tres de la mañana y mi cerebro no consigue asimilar que voy al colegio a esta hora.
Bajamos intentando no hacer ruido, pues en medio de la madrugada parece todo escucharse diez veces más fuertes de lo común.
La noche es fría, y me pongo a temblar poco tiempo después de que hemos salido del edificio.
Ayer solo llovió un par de horas por la tarde, pero aún es perceptible la humedad que empeora mucho más la baja temperatura.
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Tentación
ParanormalUn lluvioso viernes por la noche, Aradia y su amigo Archer se encuentran viendo una serie como cada fin de semana. Sin imaginar que esa noche será diferente a las demás, y el capítulo que miran se verá interrumpido por un apagón provocado por la to...