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Rupturas

Bajo de la moto y acomodo mi ropa tras regresarle un casco.

—Gracias por traerme — digo para despedirme y entrar a la residencia de una vez.

—Gracias por aceptar mi invitación — responde el rubio y me sonríe —. Espero que aceptes una salida pronto.

—Puede ser.

—Nos vemos el lunes — se despide y le sonrío antes de que ambos nos pongamos en marcha.

No pierdo el tiempo, corro hasta llegar al edificio correspondiente y subo las escaleras sin parar hasta estar encerrada en mi apartamento.

Todo está en silencio, oscuro y vacío.

Entro a mi habitación, dejo la mochila en el piso y arrojo la chaqueta a la cama.

Entre la oscuridad una luz tenue ilumina la ventana, indicando que alguien ha subido las escaleras.

Apenas y miro entre la cortina, tardo unos segundos en ver a través de la ventana de las escaleras que Belcebú es quien viene llegando.

Pero le noto algo extraño.

A mi parecer no viene muy bien, se ha recargado en la puerta del apartamento y luce cansado.

No pierdo detalle de lo que hace, lucha por abrir la puerta y parece que casi cae cuando lo consigue.

Aquí algo marcha mal.

Salgo de la habitación, voy hasta la puerta y salgo otra vez. Bajo un cubo de escaleras y vacilo un instante antes de tocar el timbre.

Hay movimiento dentro, al parecer los otros dos demonios están en casa y puedo escuchar que tienen una discusión acerca de abrir o no.

—¿Sí? — es Lucifer quien se ha acercado.

—Soy yo — informo, a lo que consigo escuchar una queja por ello.

—¿Qué necesitas?

—¿Todo bien? — cuestiono al no tener acceso de entrar.

—De maravilla, estábamos por irnos a dormir.

Irse a dormir un viernes a las ocho treinta de la noche. Estos demonios de ahora, cada vez más sanos.

—Los dejaré entonces — decido y hago un ruido para fingir que me he marcado, pero me quedo junto a la puerta intentando escuchar algo.

—Se marchó — escucho que informa y casi me echo a reír.

Saco el duplicado de la llave del apartamento y abro la puerta sin darles oportunidad a evitarlo.

—O puedo usar mi propia llave — digo entrando al lugar y atrapando a los demonios.

—Esto es una total falta de respeto — aclara ofendido Lucifer.

—No me digas.

Belcebú está tirado en un sofá, tiene mala pinta, se ve pálido y respira muy agitado.

Me acerco a donde está y veo que se mueve con nervios.

—¿Que tienes? — pregunto.

—¿Yo? Nada.

Su chaqueta lo está cubriendo como si fuera una cobija, y mi instinto me hace quitársela de encima sin oportunidad alguna.

—Oh dios — suelto aterrada al encontrarme con el secreto —. No puede ser. ¡Oh Dios!

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