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La advertencia

Conseguimos que en la recepción del hotel nos prestaran un auto parecido a los que se usan en los clubes de golf, y dado que Archer es todo un miedoso he tenido que manejar yo.

—Ari, vas muy rápido — repite sosteniéndose de todas partes con nervios, pues ya que el auto no tiene puertas teme salir volando de el.

—¿Quieres calmarte? Esta cosa no llega ni a sesenta kilómetros por hora — supongo, pero es algo que podríamos averiguar —. Creo...

—Oh no... no, ¡no! — los gritos enloquecidos de Arch me hacen reír sin parar mientras acelero a fondo en un intento de averiguar el límite de velocidad de esta cosa —. ¡Aradia, detente! ¡Para! 

Escucho que detrás de mi Belcebú comienza a reír, y eso no hace más que potenciar mis carcajadas.

Al menos los dos o tres kilómetros de bajada del hotel son una sola calle recta y sin cruces, por eso mismo no me preocupo por ir a tal velocidad.

Sin embargo los gritos desesperados de Archer llaman la atención de las personas que caminan por las aceras, y noto que muchos miran en nuestra dirección por su culpa.

Esto es tan divertido.

—¡Tope! ¡Tope! ¡Tope! — Archer está histérico señalando el tope de unos metros al frente, y mi cerebro entra en controversia. Desde que aprendí a manejar he visto los topes como un gran obstáculo, y a la velocidad que vamos lo miro como una trampa mortal.

No tengo el tiempo suficiente para frenar, eso podría llevarnos a un terrible accidente.

Así que hago lo que mejor sé hacer, me armo de valor y acelero a fondo.

Archer estira los brazos y se sostiene del tablero del auto mientras cierra los ojos con fuerza preparado para impacto.

El carrito sale volando y mi amigo suelta un grito hasta que volvemos a aterrizar en el camino.

Miro por el retrovisor que Belcebú viene cubriéndose la cara con una mano, pero su sonrisa me indica que está riéndose.

Bajo la velocidad cuando estamos cerca del crucero y atravieso la avenida con calma, pues no quiero que ningún carro nos pase encima.

Acelero cuando la calle nuevamente es recta y veo la entrada a la playa a poca distancia.

Hay un lugar disponible para estacionarnos y freno de golpe cuando estamos ahí.

—Oh, Dios — empieza el chico —. Dios, te debo la vida.

—Eso es una terrible falta de respeto a mi persona — externa el demonio.

—¡Aradia casi nos mata y tú sólo estabas riéndote! — acusa.

—Lo sé, mentiría si dijera que no temí por mi vida — exagera —. Pero tus gritos podían más que mi miedo.

—Tú ni siquiera sientes miedo — acuso —. ¡Ni siquiera te puedes morir! — alzo los brazos y solo me sonríe.

—Hiciste que dudase de mi inmortalidad — dice.

—Cállate — ordeno y río al recordar el momento en el que estábamos en el aire.

Archer toma la delantera y le seguimos en silencio, sin embargo Belcebú me da un codazo suave.

Cuando le miro tiene una sonrisa gigante en el rostro y señala hacia enfrente, burlándose de mi amigo y haciendo que me entren ganas de carcajearme aquí mismo.

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