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Capítulo XLI
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—Estoy bien, ¿Saben? Puedo moverme.
Una muy molesta yo (o así lo quería hacer ver, pero ¿Cómo se puede una molestar con el afecto que se le muestra en forma de movimiento?) hablaba con la nada a pesar de tener la habitación llena de gente, agitándose por todas partes. Buscaba hacerme escuchar por encima del desorden del lugar.
Marcos sólo se reía en un extremo, observando la ebullición desde un puesto afortunado. Cinco de las seis personas allí decidían cosas, recogían ropa, la doblaban, la metían en la maleta, la volvían a sacar para acomodarla mejor. Pasaban el canal del Tv que sólo en ese momento estaba en uso, me tomaban las manos, las volvían a soltar. Me tocaban con el dedo meñique, suave, las partes visibles de la frente para ver si mi temperatura seguía bien, para estar seguros de que esta no nos jodía la gloria. Caminaban a la puerta para mirar en dirección al puesto de enfermeras, como si así, por arte de magia por fin llegase alguna de ellas con la orden para abandonar el hospital. En fin, una batahola incesante, y, era muy probable que, para quien la mire desde fuera puede resultar hasta chistosa, por ello la risita del profesor.
—Papá, estoy bien —repetí por tercera vez en lo que este se acercó para palparme las mejillas. Gracias al cielo, después de unos minutos más de aquello no tuve que estar en la bendita habitación, pues, me dieron el alta. Cuando el medico entró, sentí que esas hojas con recomendaciones e historia clínica dónde se encontraba el boleto de salida eran como el pequeño Simba en el rey León, quise por un momento alzarlas, cantar con mi voz meliflua, pero bueno, no todo puede hacerse. Estaba segura que de llevar a cabo aquel teátrico me dejarían ingresada unos días más.
—Ya sabe, al menor síntoma extraño, así no esté en la lista que ya se le dio, acuda a la sala de urgencias, por favor —dictaba con calma el médico.
—Claro, muchísimas gracias —escondía la impaciencia para que no tiñese mis palabras.
—No es nada, cuídese mucho —una sonrisa cordial adornó el rostro del sanitario por primera vez desde que me estaba tratando, que tampoco eran muchos días. Mi cuerpo imitó su ademán.
—No se preocupe, Doc. Para eso estamos —como no, la que habló fue Valeria, recibiendo en mi lugar los documentos que él entregaba.
Abandonamos el lugar en los autos de Cami y Marcos, iba en el del segundo, con papá además de Alex. La sensación de extrañeza al saberlos juntos a todos, al evocar que eran conocedores de nuestro vínculo, se avivaba en momentos de convivencia advenediza, como este, en el que observaba a los presentes: recorriendo sus rostros, estudiando sus facciones sumidas en sus cavilaciones, hasta que el vehículo tomó velocidad al salir de la avenida transitada.
Decidí apreciar el paisaje nubado, perdiéndome en el triste encanto de la ciudad gris, hasta que sentí unos ojos demasiado pendientes de mí, hasta que noté movimiento a mi izquierda. Miré por el retrovisor, antes de acudir al llamado de esos ojos, encontrando a Alex mostrándole a papá algún vídeo gracioso, sonreí, al igual que ellos en tanto el auto frenaba gracias a un semáforo en rojo. Volteé hacia el asiento del piloto, topándome con aquella atracción magnética, con forma redonda, de color café claro, de este, sobre el cuero de mi asiento, con el ceño fruncido, al igual que la mente en Narnia.
Puse una mano sobre la rodilla de profesor para traerlo de vuelta, entonces, como si hubiese sido al revés, como si el sentir su piel bajo la mía hubiese pulsado un interruptor para centrarme, para traerme al aquí, al ahora; fui consciente de que nuestra relación estaba expuesta, de que, además de mi familia, la de Marcos y mis amigas, Julián lo sabía, pues me llamó princesa antes de todo el altercado.
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Siénteme ©
RomanceJaqueline Espinoza es una joven estudiante, independiente, familiarizada en mayor medida con la benevolencia de la vida, con el fluir Pacífico de la realidad. Existencia que se le complica al verse inclinada hacia su atractivo profesor quien comienz...