🍏Capítulo XXIX

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            Capítulo XXIX.

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Marcos

Pilotaba el auto en dirección a mi hogar, a mitad de camino comprendí que la soledad que me brindaba el lugar no era la armonía que necesitaba, todo lo contrario, allí sería casi imposible dejar de pensar en Jaqueline: al encontrarme como única compañía todo giraría en torno a lo que me tiene turbado, seguiría dándole vueltas al mismo asunto sin poder estudiarlo desde otro punto de vista, pues, esto se había vuelto una hecatombe en mi ser, una en la por supuesto no tenía ya ni control, ni objetividad.

—¿Qué edad tiene ella? —podía contar con los dedos de una mano, aun faltándome un par de estos, a quienes pudiese llamar amigos con completa convicción; Ángel era uno de estos. Nos habíamos conocido en el Instituto, en el penúltimo curso, desde allí habíamos mantenido el contacto, la afinidad a lo largo de los años a pesar de la distancia. Le debía demasiado, era un hombre excepcional, un ser humano maravilloso, lleno de una calidez humana, además de un raciocinio envidiable.

—Tiene veintitrés años —«Malditos dos números».

—Bueno, no es una niña, Marcos, partamos de eso. ¿Dices que la conociste antes de darle clases?

—Así es. La conocí en días anteriores. La dueña de Mumbai nos presentó, ella es amiga de las hermanas León, las hijas de Sergio —notaba el cuerpo cada vez más abotargado. Deseaba beber un poco para aliviar la tensión. No era la mejor forma de hacerlo, no obstante era la que más me apetecía en este momento... O bueno, era la segunda que ambicionaba; la primera estaba prohibida, la estaba intentando alejar.

Nos encontrábamos sentados en una de las pocas mesas de un café/bar pequeño en el centro de la ciudad. Le había llamado, según yo para distraerme, aunque, lo que buscaba era poder hablar con alguien sobre la situación de Jaqueline, alguien imparcial, cercano, sincero.

El entorno estaba saturado de olores; notaba una variedad de fragancias, de colonias dulces, almizcladas. Toques de sudor en el ambiente, alcohol, comida, además de petricor gracias a la fina capa de agua que aún cubría las calles a nuestro alrededor. Buscamos a un mozo para que nos atendiese.

—¿Y lo malo es que es tu estudiante? —Ángel se recostaba en su silla mientras me observaba por el cristal de sus lentes.

—Esa es una de las cosas, sí —llegó el mesero, pedimos unos bocadillos ligeros, los cuales serían excelentes acompañantes del licor de cebada.

—¿Y cuáles son las demás? ¿Por qué te tiene esto tan turbado? Es más, no es la primera estudiante que se te insinúa, hasta donde sé tú las mandas por el caño. Ni siquiera les prestabas atención cuando estabas tan vulnerable por lo que sucedió con Mat, con Natalie —una sombra del ayer se cernió sobre mí un momento. Sacudí la cabeza, era un hábito en situaciones así, como si de este modo pudiese ahuyentar el pasado. Era similar a la costumbre de taparse con la manta para que los fantasmas no ataquen, no servía, pero se acudía a ello.

—Ella es... No lo sé, con ella las cosas se sienten diferentes, su aura, su bondad —pretendí explicar lo que ni yo mismo comprendía.

—¿Qué te hizo para tenerte así? —dijo divertido. Sentí algo extraño, como que no era al único que le habían cuestionado lo mismo. No sabía como hacerme entender.

—No ha pasado gran cosa entre los dos, solo nos besamos una vez —Ángel alzó una ceja mientras bebía un poco de licor.

—Eso es bastante para ti, quiero decir, tú no sueles dejar que tus pupilas siquiera se te acerquen mucho cuando ves que tienen segundas intenciones.

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