🍏Capítulo XXIII

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Capítulo XXIII.

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Decidí, en mi tiempo libre comenzar a disfrutar de mi misma; mimarme. Esto se me ocurrió cuando Val le dijo la mentirilla a Esteban de que iríamos al salón de belleza, que haríamos cosas de chicas, así pues, pedí cita en el dichoso salón, la cual me dieron para el sábado siguiente.

Pasé la tarde haciéndome mascarillas, comiendo chucherías y viendo películas.

El domingo quise salir, gozar de mi soledad. Estuve todo el día fuera: fui a ver una exposición de arte que promovía el museo central, titulada: definición del horizonte, de la artista, Libia Posada, exhibición exquisita, preciosa, inquietante, disfrutable de inicio a fin, a pesar de no saber mucho sobre la materia. Más tarde opté por ir al cine, se sintió algo extraño en un principio estar allí, sola, pero la sensación se desvaneció luego de unos veinte minutos, no se me iba a caer la cabeza, o el pie por esto.

Ya en la noche, sosegada, tranquila, me dediqué a seguir una receta de cheesecake con base de galleta, cubierta con mermelada de mora, la cual deseaba compartir con mis vecinos, las gemelas y Joan, para estos últimos, las porciones las guardé en el frigorífico después de terminar. Para Val, además de Su, me dispuse a llevarlas de inmediato. Mi vecina de en frente no se encontraba en su apartamento, supuse que estaba de conquista.

De la casa de los Figueroa Piedrahita llegaba el jocoso sonido de diversión, me pregunté si no sería mejor evitar interrumpirlos. Estaba girando sobre mis talones para volver a casa, hasta que, el tintinar del elevador, mejor dicho, quién llegó en este me dejó clavada en el sitio. El martilleo de mi corazón me hacía sentir todo con mayor ímpetu, mi mente era un caos de imágenes, de frases dichas por Cami y val:
« Y te mira de esa forma », « ¿Por qué no hablas con él? ».
Deseché mis pensamientos e intenté calmarme al tiempo que Marcos se aproximaba a la puerta, descarté, de igual modo el tocar con el pie, ya lo haría él cuando llegase.

-Déjeme ayudarla señorita -con un ligero movimiento, tomó la bandeja con las preparaciones, rozándome los dedos con los suyos -, mejor así -sonrió un poco, viéndome a los ojos, lo que llenó mi cuerpo de una tibieza embriagadora. Decidí tocar la puerta de Susi.

-¿Cómo está, profesor? -me gustaba el atuendo que traía está tarde: saco azul oscuro, una camisa azul clara bajo este, un pantalón un tono más claro que el saco, por último, unos zapatos marrones le daban su toque personal al outfit. Él podría traer una bolsa de papel como vestimenta o un simple trapo, lo que fuese, de igual forma me seguiría encantando... Quizá más de aquel modo.

-Muy bien, gracias. ¿Cómo está usted? -no estaba tan serio o distante, pero sin duda el minúsculo lazo de afinidad, de cercanía de la pasada noche, había desaparecido, se esfumó sin más, reemplazado por su sobriedad.

-Me encuentro bien, gracias -un maullido llegó desde atrás de la puerta; Fox hacía las veces de Guardia de seguridad del lugar.

-Ya voy, un momento -escuché el grito de quien me pareció, era Valeria -. ¿Eres tú, Marcos? -observé al susodicho, alzando una ceja, esperando que hablara.

-Así es -fue su escueta respuesta, me veía de modo interrogante, al igual que yo realizaba lo propio con él.

-Yo sólo voy a entregar esto ya que hice de más, en un momento regreso a mi apartamento -él apretó los labios.

-Pensé que Susana la había invitado -me sentí incómoda ya que lo que iba a salir de mi boca sonaba a invento, uno que utilizaría alguien que quiere colarse. «Qué vergüenza».

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