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Capítulo XXXI.
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Tercera parte: Exordio
Tanto me ha llegado a consumir este fuego por dentro hoy que,
Siento como corren por mis venas un sin fin de fogosas brasas.
Intento no doblegarme, no dejarme consumir, seguir siendo dueño de estas palabras que,
Tanto he luchado por reprimir, pero cada día es más doloroso, cada día es más complejo no
Sucumbir; evitar que repte por mi garganta esa sola petición fervorosa la cual
Intrínsecamente se ha viciado en mis poros, en cada pedazo de mi piel.
« ¿Tan difícil es?, ¿Puedo morder el cebo tan sólo una vez?...»
—Siénteme.
« Increíble, voy a probar otra vez...»
Tenme presente; Recuérdame.
« Sabes que, mucho mejor lo puedes hacer, adelante.»
Inmensamente piérdete en mí; Ámame...Por fin se ha liberado mi ser.
—A.S."Cuando una cosa merece la pena, incluso merece la pena hacerla mal" –Chesterton, Gilbert Keith.
«Me gusta». Pensé terminando de arreglar mi cabello en una trenza floja, frente al espejo. Había cambiado de vestimenta unas tres veces: los nervios me incitaban a ser bastante indecisa respecto a esto. Deseaba que él me viera atractiva, por supuesto; aunque los errores pasados me habían enseñado que debía gustarme, valorarme para poder evitar la dependencia afectiva, la necesidad de aceptación de un tercero, cosa que no servía de nada en ningún ámbito.
Me retiré de la pieza de vidrio y plata que enseñaba mi reflejo, fui hasta la cocina: tomé la preparación de una deliciosa tarta de chocolate que había envuelto cuidadosa en una de las cajas de cartón, que había comprado tiempo atrás, precisamente para transportar los postres que realizara. Asgo el bolso negro que descansaba en el sillón del pequeño saloncillo de estar, me dirijo a la salida con un nudo en el estómago, la mente exaltada, con el cuerpo además, vibrante. Todas estas emociones se intensificaron de forma exorbitante al notar el auto de Marcos cerca a la parada de autobuses que usaba con frecuencia. Caminé con algo de indecisión rumbo al vehículo de vidrios tintados. La puerta del copiloto se abrió, ingresé rápido: haciendo malabares para que no se me cayese la caja antes de que él la cogiera, antes de que la depositara en el asiento trasero. Hice todo esto sintiéndome algo extraña por temer a que me hubiesen visto subir.
—Lo siento mucho, Jaqueline. Fue imprudente esperar acá, lo sé. También sé que no fue muy caballeroso de mi parte sólo abrirte la puerta —la ronca voz de Marcos inundó el reducido espacio, llevando la presencia que había de este en el lugar, a un nivel más alto —, pero sabía que si te esperaba en el estacionamiento del edificio no pasarías por allí. Sí te decía que iría por ti, en un mensaje, no aceptarías y si pasaba a tu piso te podría parecer extraño o posesivo. Creo que le he dado muchas vueltas al asunto... No quería dejar que tuvieses que viajar incómoda. Quiero hacerte las cosas más sencillas. Ayudarte, aunque no sé qué me pasa contigo que yo...
No deseaba alargar el discurso incómodo. Fue raro verlo estacionado allí, algo comprometedor. Pudo decirme que pasaría por mi, no me habría negado... Por mucho tiempo, pero qué más daba, ya estaba con él, era lo que importaba; por lo que le silencié, aprovechando que no me había abrochado el cinturón de seguridad: me incliné hacia él, que tenía la cara ladeada por completo en mí dirección y disfrute del sabor fresco de su boca, de la exquisitez de sus labios por un delicioso momento.
—Buenas noches para ti también, Marcos —dije con tono aterciopelado mientras sonreía a escasos centímetros de su rostro, sintiendo la felicidad explotar en todo mi ser. Él suspiró.
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Siénteme ©
RomanceJaqueline Espinoza es una joven estudiante, independiente, familiarizada en mayor medida con la benevolencia de la vida, con el fluir Pacífico de la realidad. Existencia que se le complica al verse inclinada hacia su atractivo profesor quien comienz...