🍏 Capítulo LIII

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           Capítulo LIII.

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Marcos

No podía seguir así, me estaba pasando factura aquella errónea decisión.

Esto es la mitad del asunto, han sido varias las opciones erróneas que he elegido: decidí dejar allí a Julián. Decidí pedir ayuda tarde. Decidí dar la vuelta cuando vi que ya le estaban atendiendo. Decidí sin que me temblara un músculo, quedarme callado cuando supe que le encontraron. Y, como buen cobarde, ahora he resuelto cada día ocultarlo, desentenderme del asunto. ¡Qué tontería! es imposible.

Me persigue su imagen demacrada, sus ojos sin expresión primero, luego, llenos de miedo por comprender lo que se le venía encima. A veces al estar solo, el salón, el cuarto de baño, mi habitación o donde quiera que esté se convierte en aquel callejón: escucho esos ruidos guturales que salían de él, vuelvo al frío de esa noche, a la rabia, a la crueldad, pero estas veces gana el Marcos bondadoso, el que no le importa el pasado, el que ve hacia el frente, el que interpone el deber a lo que siente o imagina. Ese que aquella noche se escondió, dando rienda suelta a su alter ego.

Es cierto que como tal no soy su verdugo, no fui quien le asesinó de forma directa: no le corté el cuello, disparé o golpeé hasta la muerte. Nada de eso, pero si me quedé ahí frente a él sin hacer nada, nada más que desear, desde mi parte interna, que tuviese su merecido y dejase en paz a Jaqueline. Lo segundo se cumplió, por lo menos hasta ahora. Lo inicial, no era quién para pedir aquello.

Es tan culpable quien empuña la espada como quien no hace nada para detenerlo, por ello no podía dormir en las noches, por ello me sentía miserable, por ello, el día que informaron de su hallazgo, pensé por un momento dejar sola a Jaqueline, dirigirme al hospital en un intento absurdo de mostrarme que no fue mi culpa. No le inyecté la heroína ni me pase en los gramos de marihuana o de lo que sea que consumiese, pero, la verdad es que pude hacer mucho, fui el engranaje decisivo, fui quien no evitó que la espada hiciese parte de su daño.

En definitiva, necesitaba contarle todo a Jaqueline, a pesar de las posibles consecuencias.
Aprovechando una luz de valor decidí hablar con mi hermana. Al igual que Jaque, Susana me notaba ido, extraño, cuestionaba  bastante sobre ello. Al enterarse de lo de Julián noté alivio en su semblante, como en la mayoría de rostros luego del sopor inicial, eso tampoco me calmaba o hacía más llevadera la angustia.

El sonido de la conexión de llamadas me sacó de mis pensamientos antes de que la voz femenina me llegase desde el otro lado.

—¿Marcos? ¿Cómo estás? ¿Sucede algo? —las palabras de Susi me llegaban ansiosas, quizás era ese sexto o séptimo sentido que tienen las madres.

—Hola. ¿Dónde estás? —doté las mías de calma.

—¿Pasa algo? —insistió.

—Solo dime, Susi, por favor.

—Estoy en casa con Sam —a lo lejos se escuchaba la TV encendida, supuse que era Samantha la que estaba frente a ella.

—¿Vas a salir?

—No.

—Bien, necesito hablar contigo. Voy para allá.

—¿Estás bien? Me estás asustando.

—Estoy bien, en tu casa hablamos bien, Su. Llego en quince minutos.

—Vale. Ten cuidado.

Relaté al tener la oportunidad o mejor dicho al dármela, cada sensación tal cual la recordaba, me desahogué bastante al hablarlo con Susana, al ver tristeza en sus ojos en lugar de asco, malestar o decepción. Mi hermana me dijo una y otra vez, por medio de palmaditas en la mano que las cosas no estaban tan jodidas, que todo no era mi culpa, a pesar de que seguía sintiendo que era de ese modo, aunque sabemos que tengo predilección por asumir miserias, algo así como un complejo de mártir.

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