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Capítulo LI.
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Marcos
Despertar a su lado, rodeado de su fragancia exquisita, dejándonos mecer por el oleaje suave era la personificación de la felicidad; de tener piel, sería la mía, al hablar del don de poseer de forma sutil, de meterse y quedarse en, sería el de ella: limpio, impetuoso, vehemente.
Jaqueline descansaba a mi lado, con el cabello enmarcándole el rostro, cayendo en hondas por su cuerpo y la cama, con aquella expresión beatífica, con los labios carnosos, rosados algo inflamados, con la piel de sus hombros y parte del pecho bañada por la luz que entraba por la ventana, dándole un halo fuera de lo terrenal.
Me quedé un rato observándola, grabándome una vez más su imagen, no podía desaprovechar el regalo de complacerme de la tranquilidad que le inculcaba el sueño. Al cabo de unos quince minutos de atención, la necesidad de sentirla más cerca me invadió, llevándome a atraerla por completo para abrazar su cuerpo menudo. Ella se removió un poco en sueños, acoplándose a la nueva posición, su cuerpo me transmitió tanta paz que me quedé dormido casi al instante de atrapar su calidez.
Abrí los ojos por segunda vez, captando el semblante feliz de mi princesa a pocos centímetros del mío. Estaba boca abajo, recostaba la barbilla en sus manos entrelazadas sobre la almohada. Tenía la vista clavada en mi rostro y la sonrisa en el suyo.
—Buen día, mi amor —se acercó a dejarme un beso en el pecho.
—Buen día preciosa —deslicé mis manos desde la parte baja de su espalda, retirando la sábana que la cubría, tomando mechones de su cabello en el recorrido, hasta sus mejillas para acercarla a mis labios que reclamaban los suyos, dejé besos por todo su rostro también, siendo premiado con el bello sonido de su risa suave —. ¿Cómo estás, amor?
—Creo que aún estoy soñando —me causó gracia esa declaración. La ternura que se tomó su mirada me robó un pedazo más de ser. Le acaricié el rostro, pues las yemas de mis dedos escocían por su contacto.
—Te ves preciosa con está iluminación
—¿Ah, sí? —sonrió de lado, cambiando de postura, acomodándose sobre mí, llenando de fuego cada parte que gozaba de sentirla y admirarla —. Estaba pensando lo mismo mi amor, te ves irresistible.
Nos entregamos de nuevo al otro sin reserva, pero podría decir que con más hambre que la noche anterior, pues estaba la promesa de revivir la intensidad del momento, de conocer nuevos puntos, de hacer suspirar al otro diferente, de grabarse cada peca, lunar o cicatriz.
A mediodía, sin desear salir aún de la cama, tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para levantarnos, asearnos y salir. Ella se sorprendió al notar toda una muda de su ropa, al igual que una canastilla de productos que sabía que usaba. Soy meticuloso, pensé de antemano que al estar con ella la primera vez, debía ser más atento, quería que no lo tomase como un momento de lujuria nada más. A decir verdad, no era cuestión solo de una primera vez, ella significaba tanto que haría lo posible por demostrarle esa valía cada que tuviese oportunidad.
Salimos del cuarto topándonos con la botella olvidada del vino de arroz. Se rio viéndome con intensidad antes de volver a agarrarla para bajarla hasta el bar.
Tuvimos un copioso almuerzo en el primer piso del yate, antes de irnos insistió en que tocase algo para ella, al ver un violín que seguro fue usado la tarde anterior por el grupo, o quizá no, me fijé poco, estuve embelesado por un perfil tan perfecto como imperfecto, una sonrisa dulce, un escote sugerente en una preciosa tela negra, un cabello fragrante, danzarín, un par de ojos que se tornaban más oscuros por momentos, aguardando. Estuve también pendiente de que se encontrara a gusto con todo, lo que creo, sucedió.
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Siénteme ©
RomanceJaqueline Espinoza es una joven estudiante, independiente, familiarizada en mayor medida con la benevolencia de la vida, con el fluir Pacífico de la realidad. Existencia que se le complica al verse inclinada hacia su atractivo profesor quien comienz...