🍏Capítulo XXVIII

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           Capítulo XXVIII.

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Esperaba impaciente por la calma con la que cronos hacía avanzar las manecillas del reloj, deseaba fervientemente que las clases finalizaran, y no ayudaba que los docentes hoy se hubiesen olvidado de beberse el café matutino, pues, o hablaban tan lento que me quería pegar un tiro para que mi alma se librara de esto, o vocalizaban tan mal que entendía el 0.5% de sus explicaciones; sentía que estaban dando el seminario en una lengua extranjera, extranjera chapucera, con una imitación de papa caliente en la lengua. No me sorprendería si se abría el suelo allí mismo, y Lucifer salía a cuestionar quién lo había invocado (No me gusta ser drama Queen, pero la pobre de Jaque está desesperada.)

Necesitaba hablar con Marcos, estaba bien que me hubiese rechazado, pero no podía dejar que pensase que le había besado por capricho, por insurrección particular. No iba a permitir que rebajase el ardor de lo que sentía por él a una bobería.
«¿Por qué había llegado siquiera a esa conclusión?».

A la una cuarenta salí del aula 204 como alma que lleva el diablo, que al final no apareció.

 Aproveché que debía pasar por la cafetería antes de sucumbir a mi destino, para hacer una ligera inspección, podría encontrarse allí. Sin embargo, me percaté rápido de que no se hallaba en el lugar, por lo que recapitulé mi trayectoria. 

Al llegar a su salón lo encontré de espaldas a la entrada, apoyado en su escritorio. Respiré profundo para aminorar la carga nerviosa que fluía por mi cuerpo. Toqué la puerta abierta, él dirigió su atención en mi dirección, sentí el corazón en la garganta en cuanto sus ojos se cruzaron con los míos.

—Adelante, señorita Espinoza —dejó los papeles que hojeaba en la mesa, se dio la vuelta apoyándose en esta, con los brazos sobre el pecho. Era una postura defensiva, me acerqué poco, reviviendo las sensaciones de la noche anterior.

—Necesito hablar con usted, profesor —asintió. Opté por ir al grano —. Siento el malentendido de ayer, yo...

—No se preocupe, usted estaba borracha, yo también había bebido bastante. No hay que ponerle más a un simple descuido —impidió que siguiera hablando, vigilaba la entrada al salón. El interrumpir no era un rasgo que Marcos tuviese muy arraigado, según lo había estado conociendo, por lo que me extrañó. De igual modo el que usase aquella palabra; descuido, me mosqueó.

—¿Descuido? —noté las mejillas calientes —, no le estoy pidiendo excusas por besarle, no tengo nada de qué arrepentirme sobre ello —frunció el ceño.

—¿Está jugando, señorita? —tenía el rostro compungido.
«¿Cómo que jugando, Marcos?, me estoy muriendo de los nervios ¿Cómo voy a estar jugando?».

—Por supuesto que no. Lo que digo es la verdad —alzó las cejas. « ¿Por qué se le había metido en la cabeza que yo no lo estaba tomando en serio?». «No, no y no».

—Voy a dejar de hablar con tanta educación porque estoy expresándome como mujer, no como tu estudiante —me temblaban las piernas. Miré un momento tras de mi, agucé el oído para saber si había alguien cerca, al no notar nada, me giré —, me gustas, por eso te besé, puede que tengas algo de razón en que, de cierto modo mi frustración a ser o hacer siempre lo que se debe, pudo impulsarme a ello, también es verdad que estaba borracha, pero te lo dije ayer y te lo repito: sobria también deseo lo mismo, la única diferencia es que anoche tenía menos inhibiciones, me dejaron de importar muchas cosas —hablaba deprisa para que no me interrumpiese, para que el vacío que se instauró en mi abdomen no terminase tragándose algo antes de que lo pudiese expresar —. Entiendo que no me veas de la misma manera que yo a ti, pero necesito sacarte la idea de que actúo movida por quién sabe qué. Te besé porque quería hacerlo, porque me gustas. No intento rebelarme o algo por el estilo —el silencio se adueñó del aula, se notaba rígido, que estaba procesando lo que le había dicho.

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