🍏 Capítulo XLXIX

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Especial 1/2

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        Capítulo XLXIX.

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En definitiva, Marcos y playa eran el epítome de maravilloso.

Descansábamos en la costa luego de haber nadado un largo rato, entre juegos y risas. Disfrutamos ahora de la calma de las olas a nuestros pies y la tentativa de que se mojasen nuestras cosas. No importaba mucho, en realidad, el estar en este espacio tan libre nos apartaba más del plano material; nos centraba en el paisaje, en la gente, en el otro.

—Este lugar se va a convertir en mi favorito —afirmó un Marcos con una sonrisa radiante.

—El mío también. Aunque creo que ya lo es, desde que aterrizamos —cerré los ojos acogiendo con ímpetu lo que la naturaleza me brindaba: el aire salino, la sensación de la arena y el agua bajo mis pies, el perfume tan característico del mar, el del cuerpo a mi lado. El calor del sol, el sonido de vendedores ofreciendo sus productos en un idioma desconocido, de clientes regateando según lograba identificar sus tonos. Risas de niños. Graznidos de gaviotas. Recordé un sueño bastante viejo, no entendía si mi juicio nublaba ahora la imagen de la playa, pero podría jurar que era la misma. Sonreí por lo inverosímil de la situación.

Volteé en dirección a Marcos, sorprendiéndome por la forma en que me observaba. Me congelé a pesar del calor del entorno. El frío, luego de recorrer mi cuerpo se instauró en mi estómago: sus ojos estaban acuosos, mantenía la sonrisa y yo no supe qué hacer, me quedé observándole, nada más, al igual que lo hacía conmigo.

Después de unos segundos en demasía largos para mí, pude moverme, algo acartonada. Me situé en su regazo abrazándome de lado a su torso. Nuestras pieles estaban en total contacto, exceptuando lo poco que ocultaban los bañadores. Su calor corporal hizo regresar el mío.

—¿Qué pasa? —cuestioné bajito, entre su piel. Él me acunaba.

—Esto es demasiado bueno, tú eres demasiado buena. Viéndote así, tan viva, tan libre, no lo sé —se abrazó con más fuerza a mí, transmitiendo con su contacto lo que su boca no iba a finalizar. Nos quedamos piel con piel un buen rato, adormeciendo los miedos, llenando al otro con el contacto.

El hambre nos hizo levantarnos, dirigirnos hasta un restaurante en la playa, al que llevaba rato echándole el ojo: tenía forma de cabaña, mesas de madera con manteles blancos y sillas de mimbre decoradas en su respaldar con flores pintadas, esta misma vegetación, pero real, adornaba las columnas que sostenían la edificación. Veía bombillas, apagadas en el momento, pero apreciaba que debían verse divinas de noche.

Tomamos asiento, escogimos una mesa cercana al exterior. El paisaje seguía sorprendiéndome, cada vez notaba algo nuevo y hechizante.

Decantarnos por los platos a elegir fue sencillo, mientras esperábamos, me dio un ataque de sinceridad.

—Sabes —sentí timidez de solo pensar en lo que iba a admitir —, lo de hace un rato fue lindo, fue como si, no lo sé, agradecieras el tenerme a tu lado. Yo estoy feliz de tenerte en mi vida. Estoy agradecida contigo y con todo esto — abarqué el espacio del lujoso restaurante con las manos. Mis mejillas no podrían estar más rojas, aunque podría achacarse al calor asfixiante. Deseaba que llegasen con los platos de una vez, para pasar el bochorno. Bebería ese vino que Marcos pidió, de un tajo, no una copa: toda la botella.

—Siento lo mismo que tú —vi como su mano reptaba por la mesa en dirección a la mía. Tuve un pequeño impulso de retirarla al sentirnos rodeados de gente, pero lo reprimí al ser consciente de nuestra verdadera soledad. Este era nuestro espacio, sin barreras, sin imposiciones, sin reglas hechas por terceros —: agradezco que estés a mi lado, agradezco no haber sido tan estúpido para dejarte ir. Y sin duda, doy gracias porque no me hicieses caso, porque no buscarás a alguien más —hizo una mueca —: a Esteban, por ejemplo.

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