🍏 Capítulo XLIV

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            Capítulo XLIV

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El alcohol ayudó a que me sincerase la noche pasada con Marcos, me sentí algo abrumada en un principio, pero al ver su aceptación, su reacción sincera: me dejé ser, flui con lo dicho, con lo acontecido y me encantó. Retiré a un lado ese temor por mostrar lo que mi interior deseaba gritar a los cuatro vientos; fue bien recibido, recíproco y ahora estaba algo grogui, aunque intentase frenar aquellos globos cargados de helio que deseaban llevarme rumbo al cielo, pues, no era el momento de quitar los pies de la tierra, no podía evitar dejarme llevar a veces por la euforia que estaba experimentando en mi relación con Marcos. Es que era algo que veía tan lejano, tan imposible, y allí estábamos, en este viaje, en esta búsqueda juntos ¿Cómo no regocijarme de ello? ¿Si no disfrutaba ya, cuándo? ¿Si no dejaba que las emociones me embriagaran en este momento, cuál sería el indicado?

«¿Por qué tengo que darle tantas vueltas a las cosas?».

—Mierda —me quemé con la bandeja que sacaba del horno, por, precisamente estar concentrada en cualquier cosa, menos el presente. Estaba preparando unas galletas para degustar antes de la cena, aunque conociendo a nuestros invitados se las van a ir comiendo antes, durante, después, a la hora que sea; cuando les apetezca.

—Por esa boquita comes —mi hermano entraba a la cocina con un par de arreglos para decorar la casa. No es usual que la llenen de cosas en este mes, pero, por ser el lugar para la cena decidieron hacerlo, se dejaron inundar del espíritu navideño, para ser sincera, en exceso.

—Bebé, ¿No crees que se están pasando en los adornos? —él alzó los hombros.

—Papá parece un niño, qué más da si está feliz, otro hombre de nieve no le hace daño a nadie —se acercó para dejar unas estatuillas de ángeles sobre la heladera, además de ponerme un collar de guirnaldas con tela roja, al parecer papá no era el único que se estaba transformando en un chiquillo. Me sacudí la joyería improvisada, riendo —. ¿Puedo? —señaló una de las masas dulces, asentí: necesitaba un conejillo de indias por si estaban asquerosas, el rumor de aprobación de este me dejó claro que no lo estaban —. Creo que si sólo haces estás no van a alcanzar, te quedaron deliciosas —se inclinó para besarme la cabeza, reparé en que tardó un momento en hacerlo, viendo fijo un punto de esta, entendí que estaba analizando la ya cicatrizante herida y el área rasurada, que se notaba fácil gracias a que llevaba una coleta alta sin dejar ni el fleco suelto.

—Ya estoy bien, no me duele al tacto tampoco, adelante —me hizo caso.

—Aún me es difícil comprender por qué Marcos se culpa, si lo hubieses visto en el hospital, parecía un alma errante.

—Yo tampoco entiendo. Él ha estado en constante pleito personal por lo nuestro, desde el inicio se reprochaba el sentirse atraído por mí, eso lo comprendo: soy menor, soy su... Era su alumna, él sería el culpable de todo en caso de ser descubiertos o sancionados, pero, Cami, de allí a que esto... —apunté a mi cabeza —... Sea su culpa, hay mucho, mucho trecho.

—Exacto, cuándo soltó eso frente a mi, jamás terminó de tomar forma, es decir, sí, él pudo acompañarte hasta el estacionamiento, perfecto, no sucedió esa noche. ¿Y las otras? Hay infinidad de escenarios, ni él ni nadie podía estar detrás de ti cada segundo, menos sin tener idea de lo que pasaba por la cabeza de ese animal —suspiró —. Sólo espero que lo atrapen pronto.

—Yo también.

—¿Tienes miedo, bebé?

—La verdad es que no, no tanto por mí, sentí más temor cuándo Isabel nos dijo que habló con él, allí pensé en lo expuesta que estuvo, en lo expuestos que estuvimos todos, porque ninguno es de piedra o invencible, pero, sabes, me aterré por Sam, por Liam. Una parte de mi cree, quiere seguir de estúpida y suponer que Julián no llegaría tan lejos.

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