🍏 Capítulo XXVII

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          Capítulo XXVII.

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El ambiente en el bar era  maravilloso, festivo, empero, sentía un desasosiego crecer, un sentimiento de vacío al ver a Isabel cada vez más y más cerca de Marcos, al notar que aunque él no era quien la buscaba, tampoco hacía mayor cosa por librarse.

 «¿Librarse? ¿De qué se va a librar? ¿De una fémina encantadora? ¡Por favor!».

Ellos hablaban de forma tranquila, contaban pequeños anécdotas que me hicieron pensar, más de una vez, que quizá habían tenido algo en el pasado, eso y un pequeño halo de complicidad que compartían me ponían cada vez más paranoica, lo que me enerva sobremanera. El hombre al que ella le contaba que estaba divorciada hace más de cuatro meses, gracias a que se había dado cuenta, por fin, que no quería pasar el resto de su existencia sintiéndose vacía al lado de un gusarapo que ya no le ayudaba a florecer, sino a opacarse cada día más; no era nada, nada más que mi profesor. Un tutor de una materia optativa a mi carrera, el cual, era obvio que me veía como a cualquier pupila, quizás algo atractiva por cómo me había mirado esta tarde, pero, nada más. 

Esperaba estar exagerando gracias al licor que fluía por mi cuerpo, el cual ya me debería tener algo eufórica, lástima que, el sentimiento de soledad que la hermosa mujer al lado del profesor había descrito momentos antes estaba tomando las riendas de mi cuerpo, no me permitía disfrutar de la noche por más que todos allí fuesen amables, cordiales, por supuesto, Isabel incluida. No me podía caer mal, sólo le tenía un tris de envidia al ver la soltura con la que trataba a Marcos, al percibir que era de cierto modo cercana a él, que podía tocarlo, reírse de él, con él, apoyar su cuerpo en el suyo en total libertad. Coquetearle sin ataduras, pues no tendría represalias por ello.

Hasta Susi parecía querer juntarlos, sonreía como el gato de Alicia en el país de las maravillas cada que su ex compañera hacia un comentario "gracioso" o cada que Marcos se dirigía a ella. «Dios». Mi subconsciente voltearía los ojos, de tenerlos.

Me excusé un momento para ir al baño, no tenía que hacerlo, sólo necesitaba, quería, alejarme de ellos un instante. Val, quien era la única que no se unía a ese jueguecito, estaba bailando una tonada lenta con un hombre bastante atractivo, tenía los ojos cerrados. La rodeé. Cuando iba a dirigirme al tocador, noté que Alex miraba con frustración una bandeja llena de bebidas en la barra, al tiempo que sostenía otra en las manos. Me acerqué para ayudarle.

—Anda, lleva esa que yo te ayudo con esta —no quise sonar borde, pero lo hice. Ella me observó un momento.

—¿Estás bien? —asentí, sabía que si hablaba de nuevo, el tono hostil volvería a salir. Ella no tenía la culpa de que estuviese rabiosa porque la nochecita soñada con el profesor me estuviese saliendo como un truño. Volví a mover la cabeza para que comenzara a caminar, así lo hizo. Llevamos las bebidas que, como no, eran para la mesa contigua a la nuestra. Las dejamos allí con la atenta mirada de mis acompañantes. Una vez en la barra de nuevo, Alex volvió a cuestionarme.

—No me pasa nada —solté ya con más dominio de mi voz.

—Estás hermosa, con esa cara de culo que tienes incluida. Se ve mucho más lindo que en las fotos —me dijo Érica a modo de segundo saludo.

—Y ella dice que no le sucede nada —comentó Al —. Ya ves, no soy la única que te ve cara de poto —percibí cómo mi rostro se crispaba más.

—¿Quieres un shot? —cuestionó Erin. Acepté en el acto. Dos minutos después tenía frente a mí una bebida de color rojo intenso —. Tómalo con calma, cariño.

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