🍏 Capítulo XLIII

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           Capítulo XLIII.

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Marcos

Me era inverosímil que estando con Jaqueline fuese capaz de centrarme en algo más que ella, por eso, aquella tarde y noche a su lado fue una bendición tortuosa: tenerla tan cerca era exultante, no me dejaba de maravillar su voz, su posición frente a ciertos temas a pesar de ser menor que yo, a pesar también de suponer que a su edad aún hay migajas de inmadurez e infantilidad; ella parecía tener dominadas esas partes, de la primera no tenía indicios cansinos. La segunda la dejaba salir en ocasiones jocosas y me tenía por completo prendado, como su risa noble, su silueta delicada cargada de sensualidad, al igual que su ingenio, que sus ojos que desbordaban expresivos, refulgentes, su sedosa cabellera abundante, su lado impulsivo: ese que se interponía ante la razón, ante lo estricto, lo impuesto. Ese que nos tenía aquí, sentados en el cómodo sofá del salón de su apartamento, con la briza fría, el firmamento oscuro. Enfrascados de forma interna en la cordialidad, en la paz que desprendía el cuerpo del otro, y, de manera externa en una película de la cual me enteraba poco, esas pequeñas fracciones las comentaba en voz baja con la dueña de mis sentidos, ella como hechizada también por lo mismo que yo sólo afirmaba o negaba con la cabeza, pegada a mi cuerpo.

Lograr dormir fue más sencillo de lo que creía, pues, después de un momento de tensión erótica gracias al deseo evidente que los dos sentíamos, el calor, la suavidad, además de la fragancia delicada del cuerpo a mi lado me transportó a un sueño tan tranquilo, tan reparador que mi estado de ánimo fresco, aliviado, juguetón fue una de las primeras cosas que Jaqueline comentó al día siguiente, entre mis brazos mientras se desperezaba sin ningún miramiento, sonriendo, con las mejillas tintadas levemente de rojo y el cabello revuelto.

Asimismo, fue ese gesto uno de los que más extrañé mientras ella pasaba los siguientes cuatro días en casa de su familia, hablábamos cada día, sin falta; por horas a veces, pero no me era suficiente sentir su voz dulce en llamada o sus palabras cariñosas por chat para mitigar su ausencia física, por ello, esa tarde que fui invitado a cenar, un día antes de navidad, al verla en el umbral de la casa de su progenitor, esperando por mí: sin la venda, con un hermoso vestido largo, holgado de color blanco, que resaltaba su figura, al igual que el cabello suelto, surcado por una diadema de flores del mismo color de su ropa; no pude evitar el deseo de estrecharla contra mi cuerpo para embeberme de su perfume, su fragancia, su calor que tanto había echado de menos.

—Te extrañé —pronunció lo que mi ser gritaba, me fue imposible no abrazarla más fuerte, gesto que fue correspondido hasta que el hermano de Jaqueline carraspeó con fingida indignación. Le saludé luego, recordando que la vida no nos permitió conocernos en las mejores condiciones, pero era cuestión propia el hacer que aquello no importase para forjar un buen vínculo, de hecho, podría encontrar un lado positivo de aquella situación infernal, o mejor dicho una consecuencia positiva; nuestras familias, nuestros seres cercanos estaban al tanto de nuestra relación por lo que no tendríamos que aparentar frente a ellos, eso ya era una batalla ganada.

—Bienvenido, Marcos —Camilo estrechó mi mano, sonriendo, pude notar el parecido del ademán con el de su hermana: como adoptaba su rostro una expresión sincera, como se fruncían los ojos al llegar el gesto hasta ellos, como se le hacían unas marcas alrededor de las mejillas demasiado arriba para considerarse hoyuelos, como arrugaba casi imperceptiblemente la nariz. Todo ello sucedía con el cándido rostro femenino de su pariente, pero más visceral, más marcado, más dominado por la ternura.

—Muchas gracias, Camilo.

Ingresamos a la enorme vivienda y comprendí de golpe la posición económica de la familia a la que visitaba; el barrio me debió dar una idea, la fachada otra mayor, el auto del hermano pudo iluminarme también en escenarios anteriores, o el que gozasen de poseer aquel hermoso hostal, pero así de poco común era el nexo que tenía con Jaqueline, que había pasado por alto todas esas obviedades, restando importancia a su posición, su dinero, la falta de él u otra connotación que no fuera su aura, su ser, lo que transmitía o sentía y por supuesto, lo que me embrujaba a sentir, ese torbellino que despertaba a su paso.

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