Capítulo 1. Rocío

376 19 32
                                    

11 de Agosto de 1997

- ¡Devuélvemela! -Me acerqué a Dylan, el niño rarito, que apenas hablaba castellano y a punto de coger mi muñeca, vi como la lanzaba por encima de mi cabeza y caía en un charco de barro.

-Jajaja, "stupid weeping girl" (estúpida niña llorona).

Estaba harta de aquel vecino repelente. Desde que había llegado a Asturias no dejaba de reírse de mí y fastidiarme. ¡Encima en un idioma que apenas entendía!

-No sé qué has dicho "Carrito", pero pienso chivarme a mi abuela y te van a castigar... y a ti también. -Dije mirando a su hermano mayor que, despreocupado por lo que ocurría a unos metros de él, no apartaba la vista del libro. Si estaba allí, era por obligación, no por gusto.

Aguantándome las ganas de darles una patada en la espinilla a cada uno. Uno por molestarme y otro por creerse superior, e ignorar las faenas que me hacía su hermano, les señalé con mi dedo acusador.

-¡Os vais a enterar!

Por fin, el estirado, se dignó a exclamar, mirándome por encima del hombro.

-Se dice Carrington. "Ca-rring-ton".

¡Vaya, hombre! ¡Si sabía hablar y todo!

Leighton era el único que no se metía conmigo. En verdad me ignoraba. Apenas habíamos cruzado un par de palabras en todo el verano y eso que siempre estaba rondando cerca de su hermano y, por ende, de mí, como un mero espectador del show que formaba aquel siniestro niñato, contra mis juguetes.

Siempre metido en uno de esos libros escritos en castellano e inglés, como si fuese una rata de biblioteca, nos observaba aburrido, sin parar de resoplar y corregirme al pronunciar mal su ridículo nombre.

-¡No teníais que estar aquí! ¡Éste es mi pueblo, no el vuestro! -Dije indignada, mientras se levantaba de la manta, la doblaba con sumo cuidado y se la colocaba bajo el brazo; después, se recolocó las gafas sobre el puente de la nariz, se dio media vuelta y se alejó como si fuese el mismísimo rey de Inglaterra. Mientras, Dylan ya estaba ideando algo para hacerme rabiar.

-¡Ir "to your house"!

-Esa frase no tiene sentido. -¿Me estaban echando? ¿En el idioma de los indios? Me reí de ellos, recogí la muñeca del suelo y con el ceño fruncido al ver el estado deplorable de mi juguete, me marché hacia el establo de la casa de mi abuela, para ver a Aire, mi yegua, y contarle lo mal que me trataban los vecinos.

-Hola Aire. Esos dos son idiotas...

Solía pasar las vacaciones de verano en la aldea de Riodeporcos en Asturias, justo al lado del embalse de Salime. Un lugar idílico sacado de un cuento de hadas. Los hermanos "Carrito", como solía llamarles, se habían mudado a mediados del verano del 96 justo al lado de la casa de la abuela Adamina. Puerta con puerta, sí; como si no hubiese más espacio que ocupar en pleno campo.

Cuando llegué, tras los besos y achuchones de rigor, me encontré con que tendría vecinos nuevos y ni una sola niña para jugar con la colección de muñecas.

Al principio me pareció una gran idea, bueno... al principio, principio, no, pero luego sí. Podría jugar con ellos en el embalse, cabalgar por el prado, jugar al escondite en el bosque, o simplemente tener algo de compañía de personas de mi edad, los días que me esperaban en ese lugar, apartada de la civilización, tan lejos de mí hermano. Ese era un buen plan, teniendo en cuenta que estábamos lejísimos del pueblo y ya estaba harta de hablar con las vacas.

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora