Capítulo 13. Leighton.

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Me topé con sus ojos oscuros, cargados de reproche y turbación que se la ponían cuando me miraba.

Mis emociones estaban mezcladas en una tempestad en la que se embarullaban todo tipo de sentimientos desde la rabia hasta la excitación.

Fue sencillo imaginarla desnuda, con mis manos recorriendo ese tatuaje, mientras descargaba en ella toda mi ansiedad y todo ese resentimiento que desde hacía un par de años no me dejaba vivir.

Podría haberlo hecho, porque desde el día anterior; desde el primer encuentro en el jardín, sus ojos brillaban de deseo bajo la fachada que había levantado de hostilidad. A mí no podía engañarme, era el rey del engaño en cuanto a mis sentimientos se refería.

Jugar a la indiferencia con ella era más un reto que otra cosa y tras intercambiar cuatro palabras, por orden de mi madre, llevé las puñeteras magdalenas a la cocina.

–  … No tenía que haber venido, lo siento. –El lameculos de Dylan hablaba con nuestro padre, cuando pasé por la puerta del comedor.
Siempre consiguió tenerle de su parte y por una vez estaba de acuerdo con él, se tenía que haber quedado en su casa. Cerré los puños con rabia, escuchando los lloriqueos de mi hermano. –Sabía que se pondría así.

–Tenéis que solucionarlo. Vuestra madre no lo soporta y todavía puedo daros una patada en el culo si vuelvo a verla llorar por vuestras peleas. –Mi padre salió del salón para fumarse el cigarro a escondidas de todas las noches. A pesar de ser un secreto a voces, nunca perdonaba esos minutos saboreándolo y luego negando haber fumado.

A decir verdad, nuestra relación era fría. Ambos teníamos la misma forma de ser, dos cabrones que no se dejaban pisar por nada ni nadie, lo que nos hacía chocar como dos titanes, por lo que siempre tratábamos de no cruzar más de las palabras prescindibles para no crear un ambiente incómodo entre los demás.

Habíamos aprendido a convivir cuando estábamos en la misma habitación, simplemente.

– ¿Llorando otra vez, hermanito? Ahora no está Scott, Brad, Alma o papá y mamá para defenderte.

– ¿Crees que me intimidas? Haz lo que te dé la gana, pero sabes que esto se te ha ido de las manos.

– ¡Cierra la boca si no quieres que te la parta!

– ¡Adelante! Eres un gilipollas que culpa a la primera persona que pilla, por tus propias equivocaciones. ¡Vete a tomar por culo, tú y ese cabreo en el que te excusas para hacer lo que te sale de los cojones ignorando las consecuencias!

La verdad dolía y más viniendo de él, pero mi ego era más grande que todo eso, así que le encaré.

Me acerqué a un palmo de su cara cuando mi madre se interpuso al escuchar las voces y, con la calma que la caracterizaba, consiguió hablar.

–Márchate a tu casa y cuando te relajes vuelves, mientras tanto, no voy a permitir más gritos y amenazas.

Clavó sus ojos azules en los míos con determinación. Cerré los puños y tras pensarlo un segundo me di la vuelta. Los demás observaban el arrojo de mi madre y, por sus miradas inquisitivas, supe que esta batalla la tenía perdida.

Cerré de un portazo que sólo consiguió hacerme sentir más miserable.

Tras diez minutos andando por el bosque, centrado en relajarme y odiándome por ser el responsable de la frustración de mis padres, escuché un ruido tras de mí.

Llevaba un buen rato sintiendo como me seguían pero iba tan inmerso en mis pensamientos que lo ignoré.

El bosque y su tranquilidad era una de las pocas cosas que conseguían controlar mi ira, la otra, tendría que esperar, al menos que no cayese una mujer del cielo, cosa muy poco probable.

Rocío era la última persona a la que esperaba ver y sorprendiéndome a mí mismo, “al final sí que podían llover mujeres, aunque fuese esta precisamente”. Me acerqué a ella cegado por la rabia, pero también por mi instinto más primario.

Por primera vez en dos años besaba a alguien, la sensación era extraña y dolorosa. Cerré los ojos con fuerza sin tener voluntad para alejar su boca. Le di un mordisco al labio para que parase, pero eso le encendió más y por un segundo me tomé la libertad de continuar.

Le separé, decidido a terminar lo que por idiota empecé, pero mi cuerpo iba por libre y ya era demasiado tarde para pensar que una simple ducha de agua fría calmaría ese arrebato infantil.

Cuando me rodeó la cintura con las piernas, no pude parar. Le devoré y cuando llegó al orgasmo, le cogí de la muñeca y tiré de ella hacia la cabaña. No estaba tan loco como para llevarla a mi casa... Aún.

<<Sácate esa estupidez de la cabeza. ¿Qué te pasa?>>

¿Podría haber cambiado de opinión con el paseo hasta la cabaña? Sí.

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora