Capítulo 8. Leighton

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Cuando llegué a casa me tuve que dar una ducha de agua fría, por un lado eso me ayudaría a despejarme del cabreo monumental que tenía sin estar muy seguro del porqué, aunque me podía hacer una idea y, por otra parte, me bajaría el calentón que Rocío me provocó con esa actitud y esa ropa que pedía guerra.

Podría haberla sacado de allí, haberla llevado a la cabaña del bosque y haberla empotrado contra las baldosas de la ducha, pero Black, como siempre, muy atento, me hizo cambiar de opinión cuando destrozó sus tacones tan poco apropiados para este lugar.

Marqué el número de la camarera que me pasó una nota, con su número, hacía un par de semanas.

Había salido con Alberto, un compañero de escalada, para celebrar lo que fuese que estuviésemos celebrando y acabamos ligando con dos chicas que pasaban las vacaciones buscando aventura, bajo la intensa mirada de la camarera, que no dejaba de humedecerse los labios cada vez que me acercaba a pedir las copas.

Me gustaba gustar y sabía que lo hacía.

–Eres el médico de mi hermana.

Dijo elevando la voz por encima de la música.

–Debe ser muy joven. –Contesté guiñándole un ojo. –Como tú.

–De mi sobrina, quería decir de mi sobrina. Y créeme, no soy tan joven. Sé lo que me hago y hasta donde puedo llegar.

Dicho esto, me dio las vueltas que no iban solas. En una servilleta estaba su número de teléfono que no dudé en guardar en el bolsillo trasero de mi vaquero.

Volví con la aventurera de la que no recordaba el nombre, quizá ni me lo dijese.

– ¿Y mi amigo?

–Se ha marchado con mi amiga, me temo que nos han abandonado.

–Eso habrá que solucionarlo. –La cogí de la cadera para atraerla hacia mí.

–Tú no pierdes el tiempo ¿No?

–No me gusta esperar para conseguir lo que quiero, cuando quiero. –Pensé que esa respuesta no era la más acertada y que se largaría indignada, pero para mí equivocación, sus manos recorrieron cada centímetro de mi torso con desesperación y levantándola del trasero, entramos en el baño de mujeres, chocándonos con la puerta y todo lo que había por medio.

Subí las manos por sus muslos para enrollar la falda de licra en su cintura y la senté sobre el lavabo. A ninguno de los dos nos importó quien pudiera vernos, tan solo podía pensar en una cosa y estaba a punto de conseguirlo.

Una de las puertas se abrió y mi amigo junto a la amiga de ésta, salían colocándose la ropa.

–Vamos tigre que no se diga de los inglesitos estirados. –Me dio una palmada en la espalda y salió de allí cogido de la mano de la pelirroja, entre risas, al tiempo que soltaba una carcajada por su broma.

Comencé atacando su cuello, cuando me sujetó la cara para besarme. Tan solo me aparté y proseguí con sus tetas operadas.

–¿Te gustan?

Asentí, con la mirada cargada de lujuria, vaya si me gustaban. No pude apartar la vista de ellas en toda la noche.

Sus gemidos, exagerados, no tardaron en llegar, cuando aparté el tanga a un lado de su ingle, me coloqué el profiláctico y me enterré en ella sin entretenerme en preeliminares.

                               ...

–¿Vas a llamarme antes de que nos vayamos?

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora