Capítulo 9. Rocío.

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– ¿Qué tal está mi chica favorita?

Esas palabras me estremecieron aunque no fuesen dirigidas a mí. En verdad lo que realmente me estremecía era saber que no había dejado de pensar en él desde que llegué, de forma casi enfermiza.

Convencida que mi presencia le era nula, saqué mi libro de la mochila y lo abrí tratando de centrar toda la atención en las palabras escritas. Era una maldita lucha imposible, al escuchar esa voz que... ¡Uff! Podría descongelar el polo norte si se lo propusiese. Por más que leía una y otra vez la misma frase, no conseguía concentrarme.

–Cansada, pero, como cierto pediatra me obligó en su día a dar paseos, aquí estoy, peor que nunca. Necesito una grúa para moverme y me duelen hasta las pestañas… ¡Oye!, no seas mal educado y saluda.

Protegida por mis gafas de sol y escondiendo la cabeza tras el libro, me hice la tonta, tratando de no caer en la tentación de babear por su presencia, o que notase mi corazón a punto de saltar del pecho.

Si una cosa era segura, es que me volvía un pelele olvidadizo en su presencia y eso, me hacía desear darme de “guantás” después. Por idiota y ciega.

Pero si es que era el típico tío que te darían ganas que te empotrase contra la pared, el suelo o una lavadora. El típico que si te encontrases con él, es que tú querrías que te empotrase. De hecho, no podía pensar en otra cosa aparte de repetirme: ¡Oh dios mío, oh dios mío! Concéntrate en que no se te note que estás salivando como el perro de Paulov.

–Como triunfar en la vida. –Leyó con sorna. – ¿En serio funciona?

Cogí aire y lo solté lentamente, controlando las ganas de mandarle a la mierda por la forma tan despectiva en la que se dirigía a mí en cada momento, pero con el corazón desbocado, como no.

Tenía una lucha interna que me estaba volviendo loca. Por un lado, no me importaría hincarle el diente, pero por otro…

¡Era gilipollas el pobre! Chulo, creído y prepotente. Lo tenía todo.

–Leighton. Compórtate. –Le regañó Alma, dándole una suave patada en la pierna. Yo, se la habría partido.

Pasé la hoja con rabia, a pesar de no haber leído nada. Cerré el libro y lo guardé en la mochila, mientras sacaba una cerveza de la nevera, dándome por vencida.

Iba a necesitar mucho alcohol, otra vez, si quería hacer que su presencia me importase una mierda, para poder ignorar tanto mi dignidad como mí aversión/atracción por ese ser inhumano.

Tras el primer trago en la que casi me la terminé y luchando por no poner cara de asco al notar el amargor intenso de la cerveza, recordé que me debía un par de zapatos por culpa de su perro y, justo antes poder comenzar con mi perorata de reproches, fui interrumpida.

– ¡Nene, ya he llegado! –Los tres dirigimos la atención a la procedencia de la voz.

Una mujer morena con curvas diseñadas para seducir a cualquier ser humano, y cuando digo cualquier ser humano me refiero a cualquiera. Se acercaba a nosotros subida en unos zapatos de cuña y un mini biquini que no dejaba mucho a la imaginación cubierto por una blusa transparente.

Si en algún momento pensé en quitarme la camiseta de tirantes para tomar el sol, en ese momento cambié de opinión. No es que me avergonzase de mi cuerpo, pero sí, porque está claro... las comparaciones son odiosas.

Lo primero que se me vino a la cabeza fue que se había perdido y necesitaba que alguien le echara una mano a encontrar el camino hacia Miami Beach y, poco a poco comprendí, que no era alguien en apuros; según se iba acercando, su sonrisa y el contoneo de su cuerpo dejaban claro que tenía un propósito y ese, medía uno noventa, tenía un acento inglés de lo más sensual y se lo tenía muy, pero que muy creído.

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora