Capítulo 47. Rocío.

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Bipolar, lo nuestro era bipolar y desesperante.

Tardamos quince minutos en llegar a su casa, a su verdadera casa.

–¿Te apetece un baño en el jacuzzi?

–Hace frío.

Me negué porque sabía que podría volver a cometer alguna estupidez, como perder la cabeza de nuevo y dejarme llevar. Tenía que mantenerme firme. Eran las dos de la madrugada, por lo que me quedaban siete horas, ocho a lo sumo para marcharme y claro, decidí tirar la toalla con él, con mis sentimientos, con mi cabreo, decidí esconder el dolor y dejar el tema Leighton Carrington Lean cerrado para siempre.

Si me fuese tan cabreada como lo estaba, sería mi herida abierta de por vida y no iba a permitirme seguir sufriendo por él.

–Pasa, encenderé la chimenea.

Me senté en el sofá de cuero blanco recordando las manchas de barro que Black hizo y me reí al recordarlo. Como si me leyese la mente dijo:

–Tuve que dar la vuelta a los cojines.

–¿En serio?

No podía parar de reír.

–Lo sentimos mucho. Black y yo.

–Tendré que subir el sueldo a María para que lo deje como estaba.

–Te pagaré la limpieza… Black lo manchó por mi culpa… dejé la puerta abierta.

–No tienes que pagar nada. No es la primera vez que lo hace. Estaba pensando en cambiar el sofá, de todas formas.

Le costó un mundo soltar esa última frase.

Encendió el fuego y se marchó.

–¿A dónde vas?

–Ahora vengo, no tardaré.

Me quedé embobada mirado chisporrotear la madera entre las llamas y me senté sobre la alfombra de pelo blanco y gris situada justo enfrente. Extendí las manos para calentarme y volví a mirar a mi alrededor, el impresionante salón necesitaba dar la sensación de hogar, ser un lugar agradable que invitase a descansar, a pasar una tarde envuelta en una manta viendo películas y recibiendo invitados a pasar ratos agradables, claro que, eso no iba con el carácter de Leighton, aun así, me permití soñar despierta lo que podría ser y no sería jamás ese lugar.

–¿En qué piensas?

Me sorprendió ofreciéndome una copa con un líquido rosado.

–En nada. Gracias.

Dije cogiendo la copa y volviendo a la realidad, a ese momento de tregua que nos habíamos concedido tras una de nuestras peleas más fuertes.

Había tomado la decisión de disfrutar de una despedida agradable y punto pelota.

Se sentó a mi lado, ofreciéndome una manta, que dejé en mi regazo.

–¿Qué es?

–Armand de Brignac.

Mi cara era una estampa, sonrió y contestó.

–Champagne rosado, pijo y francés.

–Oh… muy rico.

Volvió a reír, estaba claro que le hacía gracia mi ineptitud sobre apreciar entre un champán seguramente carísimo francés y uno del supermercado.

–¿Es muy caro?

–Bueno, es considerado el mejor champagne del mundo.

–¿Cuánto cuesta una botella?

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora