Capítulo 21. Rocío.

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Estaba tumbada en la hamaca del patio de mi abuela, aprovechando los rayos de sol del mediodía, tratando de pensar en otra cosa que no fuese Leight. ¿Por qué todo lo referente a él me volvía maleable, cómo si no fuese propietaria de mis actos?

Estaba tan, tan, tan cabreada, eso sí, me las iba a pagar, ya encontraría la forma, pero a mí no me iba a dejar con el calentón sólo por echarse unas risas. ¡Puto imbécil!

Decidí no ir con Alma y los demás al spa del hotel, prefería pasar las horas muertas, haciendo nada interesante.

<<Como siempre, escondiéndote>>.

Me imaginé poniendo los ojos en blanco.

La abuela sacó una limonada y se sentó en una de las sillas a mi lado.

–¿Qué te preocupa?

Abrí los ojos y dibujé una sonrisa forzada en los labios.

–Aquí es imposible tener preocupaciones.

–Estás muy seria. Me preocupa que no seas feliz.

–Lo soy. Simplemente estoy cansada, nadie me dijo que crecer significaba tener tantas responsabilidades. Es una tontería. Estoy pensando… ¿Te gustaría que hiciéramos algo esta tarde? Podríamos ir al pueblo, dar un paseo…

–Me gustaría mucho, cielo. Voy a coger el bolso y nos vamos.

Cuarenta minutos más tarde, nos encontrábamos paseando en dirección a la plaza, donde el buen tiempo permitía a los restaurantes y bares desplegar las terrazas como reclamo a los clientes.

–¿Te parece bien aquí?

–Por supuesto, este sitio es perfecto.

Le ayudé a sentarse y llamé a la camarera que llevaba diez minutos en la misma mesa, pasándose el pelo tras la oreja, sonriendo como una colegiala y, en fin… Se comportaba como lo haría… ¡Joder! ¿Pero qué…?

–Cariño, ¿ocurre algo? ¿Cariño?

Negué con la cabeza. Miró en mi misma dirección para descubrir qué o quién era lo que me había dejado sin habla y sin sangre en las venas.

–Oh, ¡qué casualidad! ¿No vas a saludarlo?

Volví a negar con la cabeza, mientras me sujetaba a la mesa.

–Después de lo bien que se ha portado contigo, no creo que sea de buena educación no saludar.

Puñeteras casualidades… ¿Es qué Asturias no tenía más lugares a los que ir? ¿Por qué narices mi suerte brillaba por su ausencia? ¿Es qué no iba a tener una tregua? ¡Esto era un chiste, que rayaba lo absurdo!

–Abuela, no voy a saludarle. Vámonos de aquí.

–Tonterías. Invítale a sentarse con nosotras.

–Pero…

–Cariño, los modales no están reñidos con la vergüenza. Vamos.

–Está acompañado…

–No seas perezosa y salúdalo.

¿Por qué tenía que ser yo la que siempre iba a agradecer, disculparme o lo que fuese que mi abuela creyese necesario? Me puse en pie, lanzando una mirada de disgusto a la mujer que me sonreía, sin importarle absolutamente nada.

Suspiré y me acerqué. Antes de poder decir alguna estupidez, él ya me había visto.

Sus ojos azules se introdujeron en mí, como miles de agujas. Se recostó en la silla y colocó el dedo índice en su labio inferior, con una media sonrisa irritada.

<<No es que yo me alegre de estar aquí, cretino. Me debes una, mamonazo ¡Pero que asco me das en éste momento!>>.

Estaba claro que se lo estaba pasando en grande, a pesar de todo. Miré a mi abuela que agitaba ambas manos en el aire para que dijese algo.

–Eres un cerdo y un cretino.

Achiné los ojos pero puse una sonrisa falsa de mi repertorio. Que se joda.

–Baja el calentón, ¿o necesitas ayuda?

–Me basto y me sobro yo solita, no necesito…

La mujer que le acompañaba me cortó.

–Siento haber tardado tanto… ¡Oh, vaya! Tráeme una copa de vino blanco. ¿Ya has pedido, cielo?

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora