Capítulo 55. Leighton.

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–Es él, dile algo. Venga.

–Que no es él.

–Disculpe. ¿Nos firma un autógrafo?

Lancé un gruñido a esas dos chicas que sonreían analizándome de arriba abajo, mientras salía del hotel tras la toca-huevos.

–¿Te han dicho alguna vez que te pareces a ese jugador islandés, Rurik Gislason?

–No.

No sabía ni de que me hablaban.

No me entretuve a descubrirlo. No tenía ni tiempo ni ganas de entablar una conversación cargante con esas desconocidas.

Busqué con la mirada por todas partes a Rocío, pero ni rastro de ella.

Entré en el hotel dispuesto a zanjar el asunto de las escapadas y plantones que ya me estaban cansando y cagándome en la hora, en que llevé a esa morena, a mi habitación, aquella mañana, llegué hasta recepción, con los puños cerrados, tratando de contenerme.

–Buenas tardes Señor. ¿En qué puedo ayudarle?

–Llame a la habitación 102 y páseme la llamada.

–Enseguida Señor.

                              ...

Conduje el BMW M6 que había alquilado por las calles de Madrid.

–Señor Carrington. No quiero entrometerme, pero ¿qué pretende hacer?

¿Qué pretendo hacer? Ni siquiera lo sabía. Llegar hasta ella, era lo primero. En mi estado, no era buena idea, pero desde que se inmiscuyó en mi camino, no era capaz de ser coherente, de controlar mis impulsos. ¿Cuándo había ido tras una mujer? Solo una vez y salió mal. Ésta, no acabaría mejor.

–Vamos a hablar.

Se persignó y no volvió a decir nada. El GPS me avisó para torcer a la derecha por la calle del Ansar y marcó la llegada al destino.

Suponiendo que estaría contrariada a abrirme, se lo pedí a María. Llamé al portero automático y enseguida contestaron.

–¿Quién es?

–Soy yo. María.

La mujer me miraba con incomodidad. Abrió la puerta del portal y entré dentro.

–¿Podrías esperar en el coche? No tardaremos.

Subí de dos zancadas, sin paciencia para esperar el ascensor.

–Pensé que ese idiota no dejaría que…

Escuché que decía cuando me vio.

– Y hablando del rey de Inglaterra...¿Qué haces tú aquí?

Cerró la puerta dejando una rendija.

–Tenemos una reserva y María nos espera en el coche.

Me miró a través de la pequeña abertura que había dejado en la puerta, ya qué me encontraba sujetándola para que no me cerrase con ella en las narices.

–No voy a cenar contigo. ¿Estás loco? Lárgate de aquí.

–¿Tienes que ser tan cabezona?

–¿Y tú tan molesto?

–Abre.

–Ni de coña, chavalote. Voy a llamar a la policía si no te largas.

–Llama a quien quieras, pero abre.

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora