Capítulo 50. Leighton.

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–¿Diga?

Escuché la voz de Rocío y me cabreé. Había vuelto mi mal humor desde la conversación con Alma y su vuelta a Madrid.

–¿Leighton? ¿Qué…? ¿Está mi abuela?

–Espera.

No quería hablar con ella. No tenía nada que decirle. Bueno, sí, pero era algo que Mina me había prohibido.

Me llamó cuando comenzó a encontrarse mal y no tardé en llegar y saber que a esa mujer le quedaba poco tiempo, había comenzado a toser sangre y los mareos, no facilitaban la situación.

Su negativa a ir al hospital seguía en pie, por lo que tan sólo podía tratarla en casa. Su cuerpo ya no podía más y a mí se me acababan las ideas para convencerla que estaría mejor atendida con médicos especialistas.

El esfuerzo titánico que había hecho a lo largo de toda la semana para que Rocío, no sospechara, ahora le pasaban factura.

Le pasé el teléfono.

–Su nieta.

–¿Cariño?

Comenzó a excusarse, a quitar importancia a lo que acababa de pasar y me comenzaba a hervir la sangre.

–Dígaselo, será mejor que lo sepa antes de que sea más tarde.

Me hizo una señal de que me callase con la mano mientras seguía hablando con su nieta.

–Debería decirla que tiene cán…

Me soltó un manotazo.

–Bueno, te le paso, adiós cariño.

–No, abuela, no quiero…

Mina me dio el teléfono a pesar de mis negativas. ¿Qué le había entrado a esa mujer con que hablase con Rocío? No teníamos nada que decirnos. No tenía ningún interés en ella más allá del que había mostrado esa semana. A regañadientes accedí.

–Dejaste el coche.

Fue lo primero que se me ocurrió.

–Te dije que no lo quería. Demasiado ostentoso para mi gusto.

–Tu abuela…

La mujer me cogió del brazo y negó.

–No digas nada, no quiero que se preocupe. Ya tendrá tiempo de hacerlo. Acaba de marcharse.

–Cualquier excusa es buena para usted.

Cerré los ojos, estaba en medio de una encrucijada de la cual, no quería ser partícipe. Quería mandarlo todo a la mierda, encerrarme en mi casa y volver a mi antigua vida.

–Mina dice que no te preocupes. Adiós.

–Adiós, Leighton.

Colgó al cabo de un rato en el que ninguno dijo nada. Volvió a llamar, esta vez observé que era ella y le pasé el teléfono directamente a la mujer que respiraba con dificultad.

–¿Cariño?

–Juan, amor mío, me alegra tanto hablar contigo. La abuela te echa de menos cielo.

–Gracias mi amor.

–Mina, es ahora o nunca, debe saberlo y que ella lo sopese, hay que ir preparándola. Dígaselo.

–Sí cariño, no es nada, es…

–Ya no es sólo por usted, sino por ella. ¿Cómo cree que se sentirá cuando descubra que le ha estado escondiendo su enfermedad?

Mantenía el teléfono tapado para que no escuchase lo que estaba diciendo.

Me miró con preocupación. Por un segundo pensé que lo haría, le contaría a su nieta la verdad, pero para mi sorpresa, dio la vuelta a la tortilla y trató de hacer una vez más de casamentera.

Que se metiesen de esa forma en mi vida no sólo me molestaba, sino que acrecentaban mis ganas de destruir lo que fuese que estuviera en mi camino.
No podría lidiar con ello. Ahora no.

–No entiendo todavía como podéis ser tan cabezotas. Ni lo entendía antes, ni lo entiendo ahora, ni lo entenderé nunca.

Le escuché quejarse a través del teléfono.

–Hija, yo sólo digo que…

¿Cómo? ¿Pero cómo demonios se le ocurría decirle eso? ¿En qué estaba pensando? Traté de esconder el cabreo monumental que tenía, pero me era imposible. 

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora