Capítulo 12. Rocío.

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–Sal de ahí.

¿A quién se lo decía?

–El acoso es delito.

Me quedé muy quieta en mi sitio, tratando de no hacer ni un solo ruido, encogiéndome tras los helechos que crecían entre los árboles. Aguanté la respiración durante unos segundos y… grité como si no hubiera un mañana.

Unos ojos enormes y brillantes me observaban de cerca, podía sentir el aliento de las fauces de ese animal.

Por la oscuridad apenas podía verlo, pero no era difícil adivinar que no era precisamente un conejito.

El corazón se me iba a salir del pecho y con la respiración irregular, comencé a hiperventilar. Di un paso hacia atrás, despacio, preparada para echar a correr, pero mis piernas no me respondían, decidieron que temblar era la mejor opción. Otro pasito hacia atrás. Estaba a punto de ser atacada por un millón de dientes.

De nuevo conseguí retroceder un paso más. Choqué contra algo que me sujetó los brazos con fuerza.
–Black, sit. –Grité por el puñetero susto que me había dado, con el corazón a punto de salírseme del pecho. – ¿Te han dicho alguna vez que espiar es de mala educación?

Su voz me hizo estremecer y contra todo pronóstico, en vez de temblar de miedo, lo hice por la excitación, que, en maldita hora se despertaba. ¿Pero qué demonios…?

Acepté que cualquier cosa podría pasar de ahora en adelante y que, quizá, tendría que dar el primer paso a sabiendas que, lo más seguro, es que iba a darme la mayor hostia jamás contada en la historia y sentí la quemazón de sus dedos sobre mis brazos, el calor que desprendía su cuerpo en mi espalda y todos y cada uno de mis sentidos alerta por la necesidad de volver a sentir su voz grave, su aliento, estallando sobre mi piel.

Pero claro, lo que yo pensé que pasaría, a la realidad, no tenía nada que ver, porque era la única que sentía esas emociones, él, simplemente rompió el contacto dejándome como un drogodependiente sin su dosis.

Aparté las ensoñaciones y comprendí que estaba como una cabra por permitirme, no, por permitirle ser tan desconcertantemente capullo conmigo.

– ¿Qué haces siguiéndome? –"Míster cretino" me alumbró directamente a los ojos con la linterna. Seguía acalorada y alterada por ese momento de intimidad, hacía tanto tiempo que no estaba con alguien, que ya cualquier cosa me servía para alterar mis hormonas.

Yo lo sabía, como también sabía que él lo sabía (lo que me provocaba en las hormonas, claro). El muy capullo supo desde el minuto uno que le estaba siguiendo y decidió montar ese jueguecito para… ¡Yo qué sé para qué! A saber lo que se le pasaba a ese espécimen por la cabeza.

–Te he hecho una pregunta.

–Eres un cabrón ¿Sabes el susto que me habéis dado, tú y ese chucho? ¡Aparta la linterna de mi cara!

Respiraba con dificultad y todavía quedaba en mi cuerpo la sensación de hacía unos segundos. Aun así, decidí coger las riendas de la situación y no amilanarme. Ambos decidimos ignorar mi estado y lo que me acababa de provocar su mero roce.

– ¿Yo soy el cabrón? ¡Ja! Me espía, infligiendo un delito de acoso y la culpa es mía. ¿Qué te parece Black?

El perro ladró como si entendiese las palabras.

–No tengo por qué darte explicaciones.

–Creo que sí.

–Pues yo creo que aquí el único que debería dar una explicación eres tú, por ese comportamiento tuyo tan… tan desagradable e infantil. Además, el bosque no es tuyo. Puedo ir por donde me de la santísima gana.

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora