Capítulo 10. Rocío.

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Llegué hasta la casa de la yaya y recordé a Aire. Mi fiel amiga, la que no me había fallado ni una sola vez, sin embargo ella no podría decir lo mismo de mí. Respiré hondo, me alisé la camiseta y entré en el establo dibujando una sonrisa.

- ¡Hola cariño! Llegas pronto. ¿Todo bien?

-Sí... -Metí las manos en los bolsillos y me encogí de hombros, mientras me acercaba despacio hacia el chenil. -Todo bien.

-Ayúdame a ensillarle, necesita dar un paseo. -Me quedé impresionada cuando vi al caballo. Era completamente negro, brillante e imponente. Tenía el mismo porte que Aire, pero era más fuerte y alto. Sus ojos observaron los míos mientras resoplaba por la nariz. A diferencia de mi yegua, Viento no tenía ni una sola marca de nacimiento. La crin y la cola eran de un pelo tupido, suave y largo.

-Es impresionante ¿verdad?

Asentí, sin poder soltar palabra. Deseaba montarlo, deseaba correr con él por el bosque.

- ¿Puedo?

-Claro, pero ten cuidado, tiene mucho carácter.

- ¿Es hijo de Aire? -Asintió con una sonrisa cálida. -Entonces como su madre. Sssh... hola bonito, soy Ro. Eres un caballo precioso... -Abrí la puerta del chenil mientras le acariciaba el hocico y el cuello. Le coloqué las cinchas y ajusté la silla, era algo que nunca se olvidaba, como montar en bici.

Seguí acariciándolo, acostumbrándolo a mi presencia, susurrándole y por fin, ambos estuvimos listos para montar.

La abuela nos observaba girar, conocernos y conectar desde lejos. Esa expresión me aclaró que había extrañado mi presencia. ¿Por qué había sido tan tonta de haber desaparecido? Este lugar era asombroso y me había dado cuenta que era capaz de sobrellevar cualquier situación con los vecinos, aunque fuese insultándoles y saliendo corriendo.

Subí sobre mi nuevo amigo y nos acercamos trotando hasta ella.

- ¿Necesitas que me quede? podemos pasear mañana.

-Disfruta cariño. Disfrutad los dos, lo estáis deseando, pero no tardéis en volver, está anocheciendo.

-No volveremos tarde. -Me bastó un pequeño toque en el costado del caballo para que se pusiera a trotar. Era potente, tenía fuerza y muchas ganas de correr. -Ya somos dos pequeño. ¡Vamos! -Empezó a coger velocidad, me encantaba, cada vez que montaba, era capaz de olvidarlo todo, el pasado, a los vecinos, todas mis preocupaciones desaparecían de repente... Éramos sólo Viento y yo.

El paisaje se difuminaba a nuestro alrededor, las fuertes patas del caballo chocaban con la tierra de forma segura y rápida. Era perfecto, todo lo que necesitaba. Por fin me sentía libre, fuerte. Viva.

Casi una hora más tarde, paramos en un claro en medio del bosque, al pie de un pequeño riachuelo, donde solía llevar a Aire. Bajé del lomo del imponente animal y sin poder parar de admirarlo, le até las riendas a un tronco y dejé que bebiese y pastase.

-Aquí veníamos tu madre y yo. Era una yegua especial, mi mejor amiga por este lugar... y la única, me temo. Un día, salimos a galopar, le encantaba venir a este sitio y nos llovió tanto que tuvimos que resguardarnos en la cabaña que había cerca de aquí. Cuando quisimos darnos cuenta había anochecido, no se veía nada. Me asusté pero Aire, se acercó, me acarició con su hocico y me llevó sana y salva a casa. Tú, te pareces a ella, tienes su temperamento y su mirada.

Respiré hondo sintiendo el frescor del anochecer y los sonidos que me rodeaban inundándome de una sensación acogedora y feliz.

-Una cervecita y una acampada sería ideal, ¿verdad Viento?

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora