Capítulo 30. Leighton.

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–Y hablando del rey de Roma…

Soltó Alma que mantenía el ceño fruncido tratando de dar miedo a pesar de parecer una dulce psicópata embarazada.

–Tan oportunos como siempre. Hola colega, hola enfadada, hola monstruita.

Besé la mejilla de Alma y le toqué la abultada barriga. Como era de esperar, sentí a la que consideraba ya mi sobrina, revolverse en el vientre.

–No seas tan zalamero y explícate. ¿Qué significa que Mina y Rocío van a pasar unos días aquí?

–No hacía falta que vinieseis y menos para echarme la bronca.

Me pellizqué el puente de la nariz y les dejé pasar.

–¿Dónde está "la futura señora de Carrington"?

Entre el calentón que tenía y la mofa, sentí como me hervía la sangre.

–Sabes que eso no es, ni será así de ningún modo.

–Leighty, deberías pensar las cosas antes de actuar. Mina no está para disgustos y lo que esté pasando entre Rocío y tú...

–¿Habéis venido a verme o a controlar mi vida y enjuiciar mis decisiones? Porque en ese caso,  podéis dar media vuelta y volver a vuestras vidas. Soy adulto y sé cuidarme solo. No necesito la salvación, ni que os preocupéis tanto.

–Colega, sabes que siempre me he mantenido a raya con lo concerniente a tus decisiones me gustasen o no, pero en esta ocasión Alma tiene toda la razón. Vas a cagarla y cuando todo esto explote, va a salpicar a todos los que estamos a tu alrededor.

–Entonces ya sabéis lo que tenéis que hacer.

–¿Es que no recuerdas lo que pasó con Zelda?

–Agradecería que no pronunciaseis ese nombre en mi presencia.

–Eres y serás siempre incorregible. ¿Dónde están Mina y Rocío?

–Iré a buscarla.

–Por cierto, imagino que aún no sabe nada de la enfermedad de su abuela ¿no?

A veces esa mujer podía ser exasperante. Con solo una mirada se dio por aludida y se sentó al lado de su maridito.

Llamé a la puerta de la habitación de Mina y María abrió enseguida.

–Señor Carrington ¿desea algo?

–Tengo invitados molestos. 

Fue decir esa palabra y sus ojos se abrieron tanto que temí porque se les salieran de las cuencas.

–¿Podría preparar café?

Lo cierto es que tenía esa expresión desde que la mandé preparar las dos habitaciones sin estrenar.
Incluso yo estaba sorprendido cuando la llamé desde el baño del hospital.

–Enseguida señor. Señora Toral ¿necesita algo?

–Gracias María, estoy bien. Llámame Mina.

En cuanto nos quedamos a solas, me acerqué a su cama.

–¿Cómo se encuentra?

–Bien, estoy bien. No veo necesario todo esto.

–¿Quién es el médico? ¿Usted o yo?

–Pero hijo, yo en mi casa tengo muchas cosas que hacer. Cuidar del huerto, acicalar al caballo… Mi Rocío es muy “apañá” y me ha limpiado la casa de arriba abajo, pero todo lo demás… ¿No sería mejor que me fuese para allá?

<<Sí. Qué se marchen a su casa. Total, puedes visitarla para controlar la medicación y el mareo.
También podrías mandar a una enfermera. Esto que estás haciendo es trabajo de enfermería. Su nieta es enfermera ¿no? ¡Pues que se encargue ella!>>.

–Mina, serán dos días. Además con la chatarra de su nieta en el taller, poco podría hacer en caso de tener que volver al hospital. Yo me encargaré del caballo y del huerto si es eso lo que le preocupa.

–Eres igual de cabezón que mi nieta. Vaya dos.

–Su nieta salió a usted, lo mío es por ser inglés.

Se rio y me cogió del brazo.

–Ahora tiene visita. Han venido Alma y Brad a verla. ¿Quiere salir o prefiere que vengan en otro momento?

–Qué considerados son con una anciana. ¡Claro que quiero salir! Estar en esta habitación me aburre.

Y eso que solo llevaba tres horas y tenía una tele de plasma con cien canales.

Ayudé a levantarle y le acompañé hasta el salón.

Busqué a Rocío por todo el salón hasta toparme con los ojos pícaros de Alma.

–No está aquí.

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora