Capitulo 20. Leighton.

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Eran las siete de la mañana cuando cansado de hacer zapping, no ver nada que llamase mi atención y dar unos cuantos golpes en el saco de boxeo decidí asomarme para ver si seguía durmiendo, jugueteando con la pulsera que había encontrado en la caja que me entregó Mina en el desván, para donar.

Juguetes de Rocío, la mitad me eran familiares.

Sabía la respuesta a mí curiosidad, y traté de convencerme a mí mismo que simplemente iba a verla dormir como supervisión de que no hubiera hecho una de las suyas.

Estaba bocabajo destapada y con el pelo hecho una maraña, cubriéndola el rostro. Me acerqué sin hacer ruido y la tapé mientras escuchaba su respiración. Era como un narcótico para mis nervios.

Por un lado, pensaba que había cometido una estupidez trayéndola a mi casa y por otro, que era un idiota por pensar que hacía lo correcto.

Aparté el pelo de su cara y me obligué a no besarla, no por nada romántico, sino por saber si lo que sentí la otra noche era real o simplemente una mala jugada de valentía infundada por la excitación.

Salí del cuarto y preparé café, mientras pensaba en lo diferente que sabían sus labios con respecto a Zelda. Rocío era inexperta, besaba como si se encontrase en una película, como si volcase en ellos todos los sentimientos que tenía acumulados.

Yo no necesitaba ese tipo de sensación, aunque mentiría si dijese que no me sorprendió. Apagué la cafetera y me serví uno sin azúcar, dejando otra taza llena sobre la mesa enfrente del sofá.

<<Lo va a necesitar cuando se despierte.
Un momento ¿desde cuándo le preparas el desayuno a alguien?
Bueno, nunca lo preparo por que no da tiempo a ello. Nunca me quedo a dormir o dejo que se queden.
Esto es una excepción. Ni siquiera estaba consciente para echar un polvo>>.

Ese era el problema, que no habíamos hecho nada y para colmo estaba sobando la tajada en mi cama.

Volví por segunda vez a la habitación, para observarla, por algún motivo, recordé lo que podía ser y nunca fue, claro que Rocío no era precisamente de quien hablaba.

Se revolvió en la cama y me crucé de brazos esperando que se fijase en mi presencia, quería ver su reacción.

–Buenos días, borrachilla.

Se volvió a esconder bajo las sábanas y aguanté la risa. ¿Tan horrible me veía tras pasar una noche sin pegar ojo? Decidí dejarla a solas, por dos razones, la primera, no quería tener que dar explicaciones a una posible cabreada toca-huevos. La segunda, porque supuse que necesitaría espacio para ir al baño y hacer lo que fuese que hiciese por las mañanas.

Mientras observaba a Rocío con una de mis camisetas de entrenamiento, sin poder evitar pensar lo bien que se veía con ella, contesté al teléfono.

–¿Diga?

–¡Por fin coges el teléfono! Estaba en la oficina tocándome los huevos y he pensado en aprovechar tus vacaciones para ir a escalar.

–Claro.

–¡No me jodas! ¿Otra vez? ¡Pero que cabronazo eres! Ni siquiera yo consigo follar tanto como tú. ¡Estás con una tía!  Tus monosílabos te delatan. ¿O me equivoco?

–Sí.

–¿La conozco? ¡Claro qué no! ¿Quién es?

–Nadie especial, ya me conoces.

–Hay que sacarte las palabras con sacacorchos. Te llamo mañana y concretamos.

–De acuerdo.

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora