Capítulo 41. Rocío.

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Escuché los alaridos de Leight, que con toda la razón del mundo lanzaba a los aires. Me reí al mismo tiempo que comencé a temblar como una hoja. El que me la jugaba lo pagaba. Así de claro.

–Cariño. Te has pasado tres pueblos.

–No, abuela, me he pasado cuatro. Pero para chula, yo. Así sabrá que los modales no están reñidos con… con… con lo que sea que no estén reñidos.

–Pero hija, le has dejado como Dios le trajo al mundo en medio de ninguna parte.

La abuela también se echó a reír. Al final iba a ser verdad que era una bruja proveniente de una abuela bruja también.

–¡Estás ahí!

Ambas torcimos la cabeza para observar al hombre enfurecido y semidesnudo que clavaba unos ojos inyectados en ira. No, ni gota de diversión o clemencia.

<<¡La he “cagao” pero bien!>>.

–Sí, estoy aquí, no soy invisible.

–Invisible…

Sentí su tensión recorriéndole el cuerpo y mi alerta de ¡PELIGRO, PELIGRO! Saltó en mi cabeza.

–Mina, nos podría disculpar a su nieta y a mí. Por favor.

–No, no, no, no…

Susurré a la mujer que ya se estaba poniendo en pie.

–Traidora.

–Mira cariño, a mí no me metáis en vuestros jueguecitos. Me voy a ayudar a María con la comida.

–Pero abuela, que va a comerme sin guarnición.

Seguía susurrando sin llegar a convencerla. Era una mujer cabezota y traidora, que encima se iba partiendo de risa.

¡Gracias abuela!

Una vez a solas con mi pesadilla particular, me entretuve en mirar a mi alrededor, quedándome anonadada de lo interesante que me parecía en ese preciso momento la flora del jardín. Muy variada, por cierto.

–¿Y bien?

Se plantó enfrente de mí. Cabreo máximo y en aumento. Desnudo, con boxers de Calvin Clain negros y las deportivas.

<<Madre mía soy incapaz de dejar de mirar su cuerpo.
¡Céntrate, Rocío, por lo que más quieras, céntrate!>>.

–Sí, todo bien, gracias por el interés.

–Eres una condenada... ¿Estás mal de la cabeza? ¿Te has dado un golpe y te has vuelto idiota o algo?

–Eh, sin insultar.

–¿Pero qué cojones te pasa por esa cabecita tuya? ¿En qué narices pensabas?

Me señaló con el dedo.

–Eres una descerebrada y una infantil. Eres una cría desequilibrada.

–Mira cretino. Para empezar no me hables como si tuvieras todo el derecho del mundo sobre mí. No soy una de tus amiguitas polioperadas sin cerebro y, cuida tu vocabulario que a las señoritas no se las trata así. ¡Neandertal!

–¿Señorita tú?

Soltó una falsa y sonora carcajada.

–Eres una mosca cojonera, una mentirosa y una bruja.

Seguía señalándome con el maldito dedo y me entraron ganas de mordérselo y arrancárselo. Sin embargo, me crucé de brazos, sonreí ante su mal humor y me despreocupé de cualquier burrada que pudiera soltar por esa boquita.

–Genial. ¿Has terminado ya?

–No.

–Creo que sí.

Me puse en pie para largarme, pero su voz profunda, me paró en seco.

–Rocío. Quieta.

–Vamos a ver. Era una maldita broma. Te has largado como viento que lleva el diablo y, sé de sobra que me has visto y oído llamarte. Te di las deportivas y te dejé los calzoncillos.

–Te largaste con mi quad.

–No le iba a hacer nada.

–Me dejaste tirado en pelotas.

Sí, era una bruja, definitivamente.

Me aguanté la risa, porque al final iba a encontrar lo que no andaba buscando si me cachondeaba de él en su cara.

–Estabas a medio kilómetro de aquí.

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora