Capítulo 27. Rocío.

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<<Serán dos días, ni uno más y estarás tan alejada de Leighton, que pensará que has desaparecido>>.

Me prometí a mí misma, mientras metía en la maleta la ropa de mi abuela y la mía propia. A pesar de estar cerca una casa de la otra, más o menos… no quería tener que estar de un lado a otro y separarme más de la cuenta de ella.

Ya había quemado todos mis cartuchos para evitar el traslado. Desde pedirle que mandase el equipo médico a casa, hasta que se encargase de supervisarme y mandarme todo lo que fuese necesario con tal de no trasladarnos.

Nada le parecía bien y ni siquiera se molestó en dar una contestación que refutase mis ideas.

–¿Lo tienes todo?

–Sí.

–Seguidme con el coche.

Hice de tripas corazón y deseé quedarme, aunque no era cuestión de abandonarla con ese cretino.

Veinticinco minutos más tarde, llegamos a su chocita, tan lujosa, como las casas de las fotos de google. Sí, era una friki de ese tipo de fotos para darme una idea de cómo pintar las paredes de mi cutrísimo apartamento, o de cómo quedaría mejor el sofá biplaza.

Jadeé al ver lo impresionante que resultaba todo en su conjunto: Leight y su moto de Cross, la casa, el Nissan Navara negro, que junto a mi Twingo azul con desconchones y destartalado, parecía que fuese a aplastarnos.

Supe al instante que si no sacaba todo mi temperamento y mi seguridad a partir de ese momento, sería un títere entre sus manos.

La bilis subió hasta mi garganta y conseguí tragar el nudo con dificultad. Solo faltaba que mi coche comenzase a hacer ruidos raros y se parase de golpe.

¡Mierda! ¡No, no, no, no!, intenté revivirle una y otra vez sin suerte.

Estaba claro que Asturias no estaba de mi lado. Golpeé el volante con todas mis fuerzas, mientras mi abuela hablaba y el otro observaba el panorama con la cabeza ladeada y una sonrisa prepotente en los labios.

Bajé del coche para ayudar a mi abuela a salir y él se acercó para hacer lo mismo.

–Estupendo… ¡Joder!

–Cariño, no hace falta hablar como un camionero.

–Ni parecerlo.

La guinda al pastel que llevaba un rato esperando. ¡Cómo me gustaría hacerle tragar sus palabras!

–Sacaré la maleta. Vosotros podéis seguir usándome de sparring, pero lejos.

Sin darles tiempo a reaccionar, metí la cabeza dentro del maletero y mientras me cagaba en mi “buena” suerte, saqué la maleta y lo tiré al suelo, mientras observaba el cadáver de mi pequeño Twingo.

¿Cómo iba a volver a casa? Tendría que gastarme mis pocos ahorros en arreglarle y rezar cualquier cosa para que soportase los kilómetros de vuelta.

–¿Por qué a mí?

–¿Le echo un vistazo?

–Ha muerto. Necesitaré llamar a la grúa y que un mecánico lo solucione antes de marcharme.

–A tu abuela le gustará que te quedes unos días más.

–No puedo quedarme más. Al contrario que tú, yo tengo obligaciones.

–¿Juzgando el libro por la portada?

–Más bien siendo sincera. Mira, durante estos dos días, procuraré no entrometerme en tu vida si tú evitas cualquier tipo de contacto conmigo. Empezando en este momento.

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora