Capítulo 58. Rocío.

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La música había terminado y sentí el abrazo de Leighton más fuerte, sólo un poco más fuerte antes de distanciarse. Comprendí entonces que lo necesitaba más que yo. Necesitaba ese contacto y aunque por dentro, mi cabeza gritase que no lo merecía, no fui capaz de apartarlo.

-Será mejor que me marche.

¡Joder! ¿Por qué no podía ser así siempre? ¿Por qué se tomaba tantas molestias en herirme y en cagarla?

-No te vayas.

Me sorprendí diciendo eso. ¡¿Por qué, por qué, por qué?! Le miré tratando de averiguar sus pensamientos. ¿Era miedo eso que pasó fugazmente por sus ojos? Imposible.

-Iba a preparar café. No tengo vino del caro, pero sí café.

Salió de la habitación sin decir nada y me quedé ahí, quieta, esperando escuchar la puerta abrirse y cerrarse y después el silencio de su ausencia, pero se sentó en el sofá, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.

Me quité el vestido tratando de comprenderme. Sería misión imposible, esa noche al menos.
Después llegó la culpa. Acababa de acostarme con Jaime, acababa de estar en su casa y tras salir de su cama comprendí que lo hice por vengarme de Leighton y sus palabras, no por desear estar allí.

Mi único consuelo fue saber que había estado con otra mujer, que había hecho a otra todo lo que me iba a hacer a mí y en ese momento, mirándome en el espejo, supe que no hubo otra.

Me puse cómoda y salí del cuarto, intentando recomponerme.

-Apenas recordaba a tu madre.

Leighton estaba de pie enfrente de la estantería, sujetando la foto en la que aparecíamos mi madre, mi hermano y yo, sonriendo. Uno de los días más felices de mi vida antes de que mi padre se marchase de casa.

-¿Es tu hermano?

-Sí.

-Tiene parálisis cerebral espástica. Problemas en el parto...

Jamás se lo conté a alguien. No hablaba por norma general sobre mi vida privada, pero necesitaba decírselo.

En esa foto no se veía la silla de ruedas, sólo nuestras caras sonriendo a papá, tras la cámara, en el parque.

-Es un chico increíble.

Dejó la foto en su sitio.

-Nunca le llegué a conocer.

-Dejó de ir a Asturias cuando mi madre le metió en una residencia cada verano.

Preparé café y serví dos tazas.

-¿Azúcar?

-No.

Me senté a su lado, no había muchos más sitios donde hacerlo y le dimos un trago que definía el momento de tregua.

-Háblame de él.

Me tensé.

-De tu hermano.

Volví a relajarme y lo notó. Fue a decir algo, pero se calló y lo agradecí en silencio.

Hablé de Juan durante casi una hora y cuando me di cuenta que no había parado y que él no había dicho ni una palabra, bebí del café que se había quedado frío.

-Lo siento, a veces no paro de hablar y...

-No pasa nada, yo he preguntado.

-¿Tienes hambre?

Asintió y fui hasta la cocina americana que se encontraba justo enfrente de él, en la otra punta del salón.

-Me queda una pizza congelada o pasta de ayer. No es tan glamouroso como la comida del restaurante, pero...

Pero tú... ¿Qué te crees? (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora