Capítulo 27. "Interludio"

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Desconozco cuánto tiempo fue el que estuve abrazada a Julián, balanceándonos de un lado a otro en completo silencio, complacidos sólo con la compañía mutua. Sólo sé que, cuando llego la hora de despedirnos, pude notar la gran decepción que había en los ojos de la madre de Julián. Una decepción tan parecida a la que había en la mirada de mi madre; la decepción de ver como un hijo hace locuras con tal de tocar la luz después de la tormenta que trae un corazón roto. En ella, pude darme cuenta que, las madres son tan sabías y no precisamente por un sentido de protección; las madres son las sabías porque ellas ya han vivido su vida y saben mejor que nadie que, los corazones rotos se curan. Ella no aprobaba nuestro falso compromiso porque sabía que no había "amor". Y claro que no lo había, pues sólo intentábamos calmar el gran desastre que Lanka sacó a colación. 

Ese vil demonio.

Salimos del lugar tomados de la mano como lo haría una pareja, pues aún seguíamos metidos en el papel para no arruinar aún más las cosas. El saco azul del checo reposaba en mis hombros para aminorar un poco el frío de la madrugada y los pequeños temblores de mi cuerpo que, estaba segura no eran por el frío. El camino de vuelta al hotel estuvo en silencio, pero no un silencio incómodo; era como si estuviéramos recapitulando lo sucedido. Como aquel beso en medio de un caótico momento. Una parte de mi ser, sentía un sentimiento amargo porque creía que, de algún modo, había engañado a Tom. Sin embargo, otra parte creía que nada malo había pasado. 

Y en mi cabeza, había una guerra. 

Cuando llegamos al hotel, subimos hasta mi habitación y recuerdo haber estado agradecida por no usar zapatillas, pues lo pies me estarían matando por la larga noche. Me plante en seco frente a la puerta y mis nudillos quedaron en el aire cuando vi que la manija de la puerta tenía el pequeño letrero con unas inmensas letras que especificaban que no era momento para molestar. Quizá mi rostro fue un poema cuando un golpe en seco se escucho dentro de la habitación y después un par de risas se hicieron notar. El propietario de una risa era un hombre. Y en cuanto Julián y yo notamos aquel detalle, salimos corriendo; no queríamos escuchar algo de lo que nos arrepentiríamos después.  Ya mañana le haría un gran interrogatorio a las chicas... y ellas a mí.

Llegamos al departamento del Checo, en silencio aún. Me dio una pijama que me quedaba horriblemente grande y me sorprendió el hecho de que los dos nos acostamos en su cama matrimonial. No sé que grado de confianza ya había, pero supongo que después de haber dormido juntos... en ropa interior, no hacía mayor problema el dormir nuevamente juntos. Con ropa. 

Miro el techo del oscuro cuarto mientras las manos que reposan en mi estomago juegan entre sí. La respiración tranquila de Julián me pone un poco ansiosa, pues no entiendo cómo no puedo conciliar el sueño tan fácil. Me giro a observarlo, pero sólo veo en la penumbra su espalda y como su brazo izquierdo está debajo de la almohada. No sé si su cabeza le dio vueltas a la situación tantas veces como yo lo he hecho, pero aún no puedo sacar de mi cabeza la última mirada que le dio su madre. Aún no puedo quitarme del pecho la sensación de que, quizá el destino si puso a Julián en mi camino por una razón: la de intentar olvidar el dolor. Creo que le pedimos tantas veces al destino un poco de ayuda que, de manera atenta, nos hizo cruzarnos; no creo que sea casualidad que hayamos encajado tan bien y que nuestros problemas nos uniera aún más.

Intento dejar de lado el asunto y me doy vuelta en la cama, dándole la espalda a Julián. Me cubro con las cobijas y acomodo la cabeza en la almohada. Cierro los ojos y suspiro intentando relajarme. Intento despejar mi mente y dejar todo el manojo de ideas para después. 

Pero mi celular comienza a vibrar. 

Abro los ojos y golpeo el colchón cuando que la poca más mental que he conseguido se ha esfumado. Estoy casi segura que la llamada es de Lizzie intentando decirme que ha visto a Tom con una chica o que ha visto algo raro a Michael en los pasillos de la universidad. Y no es como que odie que me llame para eso, porque yo misma le he dicho que lo haga cuando note algo raro. Pero ahora creo que es mal momento. Me quedo en mi lugar viendo como el celular vibra y la luz de la pantalla a penas logra iluminar el mueble que hay contra ella. Observo el celular que sigue vibrando y finjo quedarme dormida, pero cuando al fin se calma, vuelve a sonar. Julián me da un manotazo mientras murmura algo y entiendo que esa es la señal para que conteste. 

El viaje de GresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora