Capítulo 19. "Orina de elefante"

312 40 7
                                    

El días es caluroso, mis mejillas están rojas al igual que mis hombros. El aire que se mueve entre nosotros es un poco caliente y la fría malteada de fresa en mi mano, no ayuda a sentir menos el bochorno. Incluso el cabello de la coleta se me pega un poco al cuello gracias al sudor. Los animales de todo el lugar parecen no notar todo lo que pasa al exterior de sus pequeños hábitats. 

Jamás creí que el zoológico de Praga sería tan gigante y tan caliente. Tiene tantas entradas, tantos animales y lo mejor de todo es que está tan bien cuidado,  que me siento tranquila al saber que todo para ellos está bien. Incluso he  podido alimentar a algunos de ellos con mis propias manos y ha sido tan divertido ver la cara de asco de Julián al verme agarrar la carne cruda o el pescado congelado. ¿La mejor parte hasta ahora? cuando pusieron sobre mis hombros a una grande serpiente amarilla y sobre mi cabeza a un pequeño loro. La foto que tomó Julián es tan perfecta, que podría jurar que mi felicidad se transmite a través de la pantalla.  

Resulta tan extraño como  las cosas entre Julián y yo parecen tan naturales y normales, como si nos conociéramos de tiempo atrás. Desde aquella comida en la cervecería, me di cuenta que las conversación no se volvía incómodas, que se daba de manera espontánea y  que había una singular confianza entre nosotros. Claro está que no una confianza como la que tenía con Lizzie o Scott.  Y lo confirmé al cabo de unos días; días que salía con él y no con mi grupo de viaje. Andamos de aquí para allá, riendo, tomando cerveza, mirando atardeceres, visitando lugares que mi paquete no incluía, conociendo las carreteras de la capital y tomando fotos de todo lo que me parecía lindo. Podría decir que en los últimos nueve días, había hecho más cosas de las que había experimentado en mis casi veinte años. 

Y con una persona que acababa de conocer.

Mis amigas de cuarto, Lauren y Lu, estaban tan seguras de que Julián y yo terminaríamos enrollándonos que, terminaron apostando cincuenta dólares. Lo cual era una tontería, porque a pesar de mi cercanía con él, podría afirmar que sólo era eso: una cercanía. No había intenciones escondidas, nuestros distraídos roces eran vagos, no había coqueteos; no había miradas traviesas o alguna cómplice jugada. 

 Además, mis ganas de olvidar a Michael estaban presentes en algunos ratos al igual que el recuerdo de Tom sonriendo. Lo peor es que, desde que Elizabeth comentó que él y Jenna estaban extrañamente juntos, algo en mi interior no podía estar en paz. Celos, miedo, nervios o alguna combinación de lo anterior se asentaba en lo profundo de mi cabeza. Y no me gustaba, porque mientras más me decía que Tom y yo no éramos nada, parecía que le decía a mi mente que Tom y yo éramos todo. Y aunque me costaba apagar ese canal de mi cabeza, lograba hacerlo sólo para contemplar las vistas que la ciudad daba. 

En una semana, había visitado casi el cincuenta porciento de los lugares marcados en la guía: el castillo de Praga y la catedral que está a su lado y el reloj astronómico más viejo que sigue en funcionamiento; casi toda ciudad vieja, la V Tower, la casa danzante, la plaza de Wenceslao, el museo Nacional, la torre de pólvora, el callejón del oro, la galería Nacional, el museo Judío e incluso su famoso cementerio Judío. 

Hasta fuimos a la ópera estatal a ver un evento. El recinto era demasiado bonito para ser verdad; era grande, los asientos eran rojos y había pequeños palcos como los que salían en las películas. El techo tenía un diseño barroco que podría apostar era tan viejo como mi tatatatarabuelo y tan caro como la hipoteca de tres casa. Yo creí que era un mito eso de que la gente asistía a las óperas con vestidos bonitos, con brillosas joyas y peinados bien elaborados. En el momento en el que entramos al recinto, me sentí demasiado tonta con mi vestido amarillo lleno de pequeños flores rojas, con mi cabello hecho un moño y mi mochila en la espalda. Julián llevaba unos vaqueros negros y una playera blanca, pero el no parecía tener problemas con lucir desaliñado para la ocasión. Además, parecía que ni le gustaban ese estilo de cosas, pues se durmió durante las dos horas del evento. 

El viaje de GresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora