El miedo es importante en nuestras vidas. Porque nos hace darnos cuenta que nuestras barreras no son lo suficientemente fuerte; nos hacen darnos cuenta que todo nos puede destruir incluso si traemos la mejor armadura. Aunque lo curioso es... que tan rápido pueden destruirnos.
A este punto de mi vida, estaba seguro que todo estaba cambiando para mejor. Estaba casi segura que, tras los consejos de Julián, mi único miedo era admitir que Tom me gustaba más de lo que decía en voz alta. Pero claramente estaba equivocada.
No sólo tenía un miedo: tenía miles de miedos. Y uno de ellos era el miedo a enfrentarle. El miedo de enfrentar a Michael.
La verdad es que ya había perdido la cuenta de cuánto había pasado desde aquella tarde a la que volví a estar soltera. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado para que el dolor en mi pecho desapareciera, pues tenía tantas cosas en la cabeza, que no había espacio para pensar en Michael. Tenía tanto tiempo lejos de él, hablé con tantas personas sobre lo que era batallar con mis sentimientos y llegué a la conclusión tantas veces de que, necesitaba soltarlo como diera lugar.
Por desgracia, mi corazón volvió a latir desenfrenado cuando lo tuve frente a mí; mirándome como si la chispa jamás se hubiera apagado o como si yo aún fuera su maravilla.
Y aquello no me gustaba. No me gustaba sentir que las manos me temblaban y que mi cabeza pusiera play a todos los recuerdos que creí haber tirado. Era una pesadilla de la que no estaba segura si quería despertar.
Aunque quizá debamos recapitular un poco antes del gran caos...
Había sido una semana bastante agotante después de intentar no toparme con Tom en la escuela. Había sido bastante cansado el siempre salir corriendo del mismo lugar en el que él estaba. La Universidad es una lugar enorme, lleno de edificios, pasillos, áreas verdes, una biblioteca, varios quioscos de comida y una enorme cafetería, por lo que podía ser difícil que coincidieras con alguien con quien no compartías clases. Pero coincidir con Tom toda esa semana fue de lo más fácil. Salía del baño de chicas y casualmente él estaba por entrar al baño de chicos de alado; iba a comer al quiosco más lejano y ahí estaba con Jenna. Incluso me lo encontré en la biblioteca buscando un libro en el mismo pasillo.
La vida se estaba riendo muy fuerte en mi cara. Y no dudo que se diera cuenta que escapaba de él, porque la última vez ni siquiera volteó a verme, pues seguro sabía que saldría corriendo antes de devolverle el saludo. Aunque yo sólo quería lanzarme a sus brazos y que me rodeara con ellos como la última vez, cuando Jenna llegó a interrumpir.
—¿Por qué no sólo hablas con él?—preguntó Lizzie en tono cansado— Ya estoy cansado de ir a comer lejos del edificio donde me toca clases.
—No puedo—me quejé al tiempo que cerraba el libro en un movimiento brusco—, no puedo estar cerca de él mientras Jenna me asesina con la mirada.
—Supéralo, Gres—dijo—, el destino claramente te esta mandando una señal al ponerlo cada dos por tres en tu camino.
—Elizabeth, esto es muy complicado como para que sólo sea una señal del destino.
—No, eso no es cierto. Tú complicas las cosas—me apunta con su dedo índice—. Tú eres la que sólo va de aquí para allá, ni con Michael intentaste esconderte tanto.
—Esa es otra historia—murmuro sin ganas.
Estaba segura que sí era el mismo cuento, sólo que uno me prometió amor eterno y luego me dejó varada y el otro sólo intentó ser lindo y amable. Me llevé las manos a la cara y recuerdo haber soltado un pequeño chillido frustrado.
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El viaje de Gres
Teen Fiction-¿Crees en el destino?-atinó a preguntar el chico. Tenía una mirada tan curiosa y llena de intriga, pero ella no lo notó, sólo observó la vista frente a ella, pues era algo que tenía que guardar en su mente para siempre; quizá era la última y única...