Capítulo 20. "Lejos de casa"

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No hay maratón :(

Pero si éste capítulo llega a 25 votos antes del jueves, hay maratón. 

Es mi última oferta...

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Cuando Julián me deja en la entrada del hotel, aún parece que tiene la cabeza en otro mundo. Se despide vagamente de mí y por un segundo, me contagia un poco de su pena. Le doy un corto abrazo que responde por obligación y se va del lugar tan rápido como puede. Y estoy segura, que lo que pasa en su cabeza, no es por lo de hoy. 

A paso lento, subo los escalones para llegar al piso donde está la  habitación. No intento acelerar mi paso, porque sé que Lauren y Lu no han llegado aún. El grupo en general no ha llegado, y lo sé porque todo el hotel está en un sepulcral silencio. Nadie ríe, nadie grita, nadie está en los pasillos hablando por teléfono. Cuando llego a la habitación, lo primero que hago es aventar mi mochila a la cama frente al televisor, después voy al baño a ver que tanto me he quemado por el sol y resoplo algo fastidiada cuando veo que tengo los pómulos y parte de la nariz totalmente rojos. Mis hombros están igual de rojos que mi cara, excepto en los lugares que la playera blanca de tirantes ha cubierto mi piel. Incluso noto que mis piernas están un poco quemadas por el sol. Deshago la coleta despeinada que traigo y cuando masajeo un poco mi cabeza, siento el cabello lleno de tierra o polvo. Creo que no me vendría mal una ducha antes de ir a dormir. 

Me agacho un poco para desabrochar las agujetas de mis converse y aviento los tenis con mis pies. Caen a un lado de mi maleta y me coloco mis sandalias, que se asoman por debajo de la cama de las chicas. Tomo una toalla y me encierro en el baño. Comienzo a desvestirme y no puedo evitar verme en el espejo, pues se nota demasiado la diferente entre mi tono de piel natural y  el horrible bronceado que he obtenido. Me muerdo la lengua para no reírme, porque he de admitir que se ve un poco gracioso. 

Mis ojos viajan a la pequeña marca de mi brazo derecho; una marca casi invisible del raspón que obtuve después de manejar en estado de ebriedad la bicicleta de mi hermano. Pero eso no es lo que estruja mi corazón, lo que hace que mi respiración se me vaya un segundo es la cicatriz de mi costilla. Una marca dos tonos más claros que el pálido color de mi piel; es una marca de quizá unos tres centímetros. 

Hace algún tiempo, Michael me había invitado a una fiesta de las que hacían los alumnos de primer ingreso. Yo aún seguía cursando el último año de preparatoria. Recuerdo que aquella noche, había decidido ponerme un top negro de lentejuelas, lo cual fue mala idea, con una bonita falda negra algo entallada; también recuerdo que ese día fue el último día que pude usar mis vans negros. Solía tener el cabello a la altura de la barbilla y recuerdo que mi ex novio me molestaba porque parecía aún más pequeña de lo que era.

Michael y yo estuvimos bebiendo durante toda la noche. Él intentaba no beber tanto, ya que tenía que manejar para poder regresarnos. Estuvimos riendo como si la multitud que nos rodeada no existiera y como si la música que sonaba no fuera un problema. 

—¿Ya te había dicho que hoy te ves muy linda?—sus ojos negros hacían juego con su coqueta sonrisa. Una de sus manos estaba en mi cintura desnuda y la otra sostenía una lata de cerveza.

Le sonreí y sentí que mis mejillas hormigueaban a causa del alcohol. Tenía mis manos enrolladas en su cuello y sin pensarlo lo había atraído un poco más a mí. Su aliento chocaba con el mío y yo me sentía muy feliz de estar ahí, con él. Tan cerca y queriéndonos como unos novatos.

—¿De verdad lo crees?—algo en mi voz delataba que había bebiendo durante un rato.

—En realidad siempre luces linda, pero hoy me pareces aún más.

El viaje de GresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora