CAPÍTULO DEDICADO A @belsabethcarstairs , @CRISM8 , @akarisyenijacobo , @Patita_sabionda , @LiaRM97
Aquella noche había dormida como nunca. Había bastado con recargar la cabeza en la almohada para caer en un sueño profundo que duró hasta las siete de la mañana. No había tenido pesadillas y no había despertado con un ataque de pánico.
Me sentía viva.
Sentía que la carga en mis hombros se había desplazado por mi cuerpo para aminorar el peso, siendo así un poco más fácil de llevar. Era casi como si algo dentro de mí estuviera sacando lo último de sí para luchar, para sanar todo, porque a veces tienes que tocar fondo con ambas manos para saber qué es hora de salir a la superficie. Y para saber que el oxígenos que te queda es poco.
Así que era hora de salir a respirar y ver el exterior desde otra perspectiva. Era hora de aceptar los errores, de aceptar las pérdidas y de aceptarme a mí misma.
Respiro con ansias cuando el bus se detiene frente a la pequeña parada. Aprieto el dinero que hay en mi mano cuando la cierro en un puño, nerviosa por el viaje y porque me descubran. Me muerdo los labios, esperando mi turno para subir y deseando que las dos horas de viajes no sean tan lentas, pues no creo que mi trasero soporte mucho tiempo.
Ya arriba, camino hasta los asiento del fondo, sentándome uno por delante del último. Recargo la cabeza en la ventana y abrazo mi mochila, intentando echarme porras e intentando calmar el alboroto que siento en el corazón. Todo parece moverse deprisa; todo va al ritmo del palpitar de mi músculo cardiaco.
El bus termina de recolectar a los pasajeros y emprende el camino. El camino a una pequeña esperanza.
Las piernas se me han entumecido un poco, pero nada que me impida caminar. Me recuerda la ocasión en la que aterrizamos a Francia para tomar el vuelo directo a Praga; mis piernas parecían dos garrotes de madera y mi espalda necesitaba de una buena tronada para fingir que nada había pasado. En estos momentos sólo me vendría bien estar de pie unos minutos.
Bajo del vehículo y me quedo congelada al ver que la terminal es un poco más grande de lo que había esperado. Tiene unas cinco salidas y otras cinco entradas, todas llevan a diferentes puntos y conectan con otras rutas dentro del estado o fuera de este. Tengo que mirar con cuidado hacía todos lados para encontrar la salida número tres, que es la que me llevaría con quien quiero.
Mis pies se mueven con cautela y observan a todas las personas que pasan por mi lado, sólo para verificar que no es un rostro conocido. Siento la boca un poco seca y los nervios comienzan a marearme, pero estoy segura que no falta mucho para que se calmen. Guardo el ticket del bus en mi bolsillo trasero y termino por acomodarme la mochila en mi espalda, mientras busco entre la multitud de personas que se dirigen a la salida que hay detrás de las enormes puertas corredizas de cristal.
—¡Grecia!
Giro la cabeza, buscado a la persona que me ha nombrado. La veo a unos metros de mí, sonriendo ampliamente, con la mochila en un hombro y con un vaso de café de Starbucks en cada mano. No tengo idea de si es la emoción de verla o que ella me recuerda la paz que tuve durante esos días en Europa, pues la quijada me tiembla por el sentimiento que quiere desbordarse por mis ojos.
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El viaje de Gres
Ficção Adolescente-¿Crees en el destino?-atinó a preguntar el chico. Tenía una mirada tan curiosa y llena de intriga, pero ella no lo notó, sólo observó la vista frente a ella, pues era algo que tenía que guardar en su mente para siempre; quizá era la última y única...