Sus besos en mi cuello son un poco húmedos, lo que me pone un poco más ansiosa. Sus caricias son tan suaves que me erizan la piel y su cercanía es tan directa, que tengo la necesidad de quitar toda la ropa que sobra.
El calor en el cuarto parece ponernos la piel un poco brillosa y las mejillas sonrosadas, pero eso no es lo que hace que mi parte baja suplique por él. No, lo que hace que suplique por él es esa mirada llena de deseo y la forma en la que su cabello cae por su frente mientras me sonríe. Sabe que sus besos me entorpecen, porque parece aprovecharse de aquello mientras una de su mano recorre mi pecho, mi abdomen y se detiene peligrosamente en mi entrepierna. Me muerdo el labio con fuerza, esperando con ansias que me toque.
Pero no sucede.
En vez se continuar con el recorrido de caricias, se detiene a mirarme; parece que me inspecciona para ver mi reacción corporal. Se detiene a mirarme con un poco de sorna oculta detrás del deseo de sus ojos marrones.
—Grecia, creo que es hora de que despiertes—murmura Tom con su ronca voz mientras sus dedos comienzan a moverse.
Por un segundo me siento abrumada.
—¿De qué hablas?—entre jadeos, logro preguntar.
—¿Escuchas eso?—nada—Es la señal de que tienes que despertar.
Su tacto parece tan irreal después de aquel comentario y el frío de mis sábanas se vuelve mi realidad, golpeándome como una ráfaga de aire gélido. El aire me falta cuando abro los ojos de golpe y me siento en la cama solo para rectificar que estoy en mi habitación.
Siento que la camisa de la pijama se me pega al cuerpo lleno de sudor y no puedo evitar sentir un tremendo bochorno; por mi sueño y por la vergüenza de haber tenido justo ese sueño. Aunque no me detengo a analizarlo por la falta de aire que siento, pues mi pulmones parecen no reaccionar ante la pesadez y el cosquilleo de mi estómago.
Mi corazón comienza a latir como loco y siento que el eco de mi corazón me pita en los oídos. No tardo mucho en deducir que estoy a punto de tener un ataque de pánico; las manos comienzan a sudarme al tiempo que comienzan a temblar. Siento la boca un poco seca y mis manos suben a mi pecho para hacer presión, como si eso me ayudara a respirar mejor.
En la última semana, parecía que era normal despertar y tener ataques después de sueños en donde recordaba la sucedido con Briant, en los que Elizabeth me decía que era una perdedora o sueños en los que mi familia me recordaba que estaría sola por mucho tiempo. Así que cuando comienzo a llorar de la desesperación por poder respirar, intento no perder la cabeza ya que eso empeora la situación. Intento pensar en qué habrá para desayunar, en que debo de ir a trabajar y en que pronto habrá vacaciones; intento pensar en todo menos en lo que me sofoca, para así comenzar a sentir que mis pulmones se llenan de aire.
La peor parte de los ataques de pánico, es que se llevan toda mi energía por unos minutos. Cuando las manos me dejan de temblar y las lágrimas comienzan a secarse en mis mejillas, tengo que recostarme unos segundos en la cama para tranquilizarme y para intentar recapitular si recuerdo todo lo qué ha pasado. Eso es otra cosa que he descubierto, que siempre hay un antes, durante y después del ataque: antes de que comience el tiempo se detiene, durante el ataque todo se vuelve confuso y más rápido; y finalmente cuando termina, el tiempo se vuelve un poco lento hasta que tu cuerpo se recompone.
Después de dos semanas de torturarme y de andar sola, de despertar con ataques y de fingir en casa que todo está bien, me he dado cuenta que las personas suelen quedarse con el exterior de uno mismo. Todo este tiempo, nadie en mi familia ha notado que la he pasado mal, nadie ha vuelto a preguntar qué sucedió realmente para tener las marcas de mi rostro y nadie ha hecho la pregunta del millón: ¿Qué hay entre Michael y tu? Así que he sacado la conclusión de que mi familia está muy ocupada o soy muy buena fingiendo.
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El viaje de Gres
Teen Fiction-¿Crees en el destino?-atinó a preguntar el chico. Tenía una mirada tan curiosa y llena de intriga, pero ella no lo notó, sólo observó la vista frente a ella, pues era algo que tenía que guardar en su mente para siempre; quizá era la última y única...