—¡Maldita sea!—levanto la voz, provocando que las chicas me miren preocupadas.
El aire me hace falta por unos segundos que parecen eternos. Me llevo una mano a la frente mientras analizo cómo es que lograré moverme por una ciudad que no conozco sólo para recuperar mis pertenencias. Dudo que, con ese temperamento que se carga, él acceda a venir al hotel a entregarme la maleta. Para empezar, dudo muchísimo que sea amable durante toda esta llamada.
¿Nada me puede salir bien en esta vida?
—En mi defensa, ¡Es tú culpa!
Se ríe tan cínicamente, que me dan ganas de estampar mi mano contra su cara.
—¿¡Mi culpa?! ibas tan distraída en tu mundo que no pudiste ver por dónde caminabas—recrimina.
Que mentiroso es.
—¿Disculpa? por tu culpa casi me rompo la nariz, además fuiste tú el que empezó a maldecir al aire y el que tomó la maleta equivocada—me defiendo.
Casi puedo apostar, que el sonido que es escucha al otro lado de la línea es un gran portazo. Seguro está aún más desesperado que yo.
—No voy a discutir con turistas estúpidos—corta, lo que me ofende un poco. El tono de su voz parece menos molesto cuando habla de nuevo—. Supongo que te estás quedando en ciudad vieja, ¿no?
¿Es momento para admitir que su acento es algo sexy?
—No tengo idea de dónde es ese lugar—admito—. Sólo sé que el hotel al que llegaríamos estaba cerca de una plaza, pero no tengo idea del lugar en el qué estamos; nos han cambiado de hotel.
Dice algo en un idioma que no entiendo y lo escucho suspirar. Siento dos pares de ojos observándome, pero estoy tan preocupada por conseguir mi maleta, que no les hago caso. Me paso la mano por el cabello, llevándolo todo hacía atrás.
—¿Cruzaste algún tipo de puente de camino al hotel?
—No—respondo algo insegura.
—Okay, toma un taxi, dile que te lleve a Strahovské, a la cervecería Strahov Monastery Brewey, te veo afuera en treinta minutos—ordena.
¿Qué? espera... ¿QUÉ?
—¿CÓMO DEMONIOS DIGO ESO?—cuestionó—Para empezar, ¿crees que recuerdo la dirección que acabas de decir?
Lanza un grito al aire.
—¿Todos los americanos son así de estúpidos o sólo tú?
No respondo. Me está cansado su estúpida actitud intolerante y mis ganas de solucionar todo esto se están desvaneciendo. La línea se queda en silencio unos segundos y cuando habla, lo hace tan fuerte que no puedo evitar pegar un salto.
—¡Bien!—acepta—Te mando todo en un mensaje, sólo enseña tu tonto celular al taxista y deja que haga el trabajo.
Por alguna extraña razón, el estómago se me revuelve. ¿Quién lo diría? vagaría por una ciudad que no conozco, que no habla mi idioma, que está en otro continente y que tiene a gente muy grosera. Miro la puerta café de la entrada y cierro los ojos con fuerza, entonces tomo el valor de hablar. Mi lengua se niega a moverse después de su comentario.
—Una última cosa...¿Aquí se toman los taxis como en América?—mi voz tiembla un poco gracias al miedo.
—Averígualo.
Y cuelga.
Miro la estrellada pantalla de mi celular y sólo veo la foto de fondo: Lizzie y yo sonriendo, acostadas en el pasto de la universidad, con el sol alumbrando nuestras sonrisas. Que buen día era aquel; todo bien, Michael y yo éramos felices, aún no debía materias y las ojeras no se notaban tanto. ¿Cómo es posible que el tiempo se vaya tan rápido pero que los recuerdos perduren un poco más?
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El viaje de Gres
أدب المراهقين-¿Crees en el destino?-atinó a preguntar el chico. Tenía una mirada tan curiosa y llena de intriga, pero ella no lo notó, sólo observó la vista frente a ella, pues era algo que tenía que guardar en su mente para siempre; quizá era la última y única...