No sé si es la resaca, el silencio o la magia del atardecer, pero algo en el ambiente es diferente. El día es igual de frío que el anterior, salvo que la lluvia no se ha hecho presente. Mi dolor de cabeza ha disminuido un poco desde el almuerzo, pero no se ha ido por completo.
Sorbo un poco por la nariz, ya que el frío ha hecho que se me aflojo un poco el moco y recargo mis antebrazos en el los ladrillos del puente Carlos, el puente más viejo de Praga. La construcción barroca es toda una atracción turística por las mañanas; esta atiborrado de gente y de vendedores ambulantes intentando sacar ventaja de las personas que no son del lugar. Y por las tardes, parece todo lo contrario, pues el lugar se queda un poco solitario. Salvo por la gente local que le gusta disfrutar de ver la ciudad y el río Moldava a oscuras.
Aunque también existen historias tenebrosas del lugar y el porqué nadie lo visita de noche; según Julián, corre la leyenda que si estás lo suficientemente noche aquí, puedes escuchar el galope de los caballos y los gritos medievales. Razón por la cual el puente suele estar libre de turistas después de las seis de la tarde. Y no dudo que quizá las historias de terror sean reales, pero sí que son una buena trampa para dejar el lugar un poco libre y tranquilo.
—¿Y qué piensas hacer?—pregunta intrigado el chico a mi lado.
—¿Tú qué piensas hacer?—lo miro.
—No puedes evadir mi pregunta—rueda los ojos— ¿qué piensas hacer?
Las lagunas mentales ocurren cuando una persona bebe suficiente alcohol para bloquear temporalmente el paso de los recuerdos de la memoria a corto plazo a la memoria a largo plazo. Y al parecer, yo soy muy susceptible a bloquear mis recuerdos con cualquier cantidad de alcohol, pues anoche no sé cuánto bebí para no recordar la emotiva plática con Julián. Según él, no creyó que fuera posible que alguien como yo, fuera tan sabia y tan torpe al mismo tiempo.
Y si al menos recordara un poco lo que dije, podría decir con algo de orgullo que no soy tan zopenca. Pero ni cómo hacer pelea.
Por la mañana, después del desastre, recuerdo haberme dado la vuelta sobre mi cuerpo para seguir durmiendo, pero mis piernas chocaron con algo. Aún dormida, moví un poco las piernas para quitar aquel bulto, aunque me detuve en seco al escuchar un pequeño quejido. Abrí los ojos de golpe pensando lo peor, asustada de lo podría ver. Cerré mis párpados con fuerza mientras me llevaba ambas manos a la sien, intentando alejar el dolor de cabeza que me atacaba. Comenzaba a sufrir los efectos de beber tanto.
Con un poco de miedo, abrí los ojos nuevamente, sintiéndolos aún pesados. Lo primero que vi fue un techo color blanco iluminado por la luz de la mañana; lo segundo que noté fue que el techo era más amplio, por lo que supuse no estaba en el hotel. Recuerdo haber bajado la vista un poco y haber observado una pantalla de plasma algo grande, pegada en la pared color hueso; por debajo había una cajonera de madera con algunas fotos y libros. Por un lado, había una pequeña mesa con una laptop y un portafolio. Desde mi lugar se podía ver una puerta de oscura madera y las baldosas de lo que creí era el baño. Me froté los ojos un poco y observé la ventana que estaba a mí lado, con las cortinas blancas cerradas, por lo que no logré observar lo que había al otro lado. Reparé en la la mesita de noche y la sencilla lámpara que reposaba junto a mi celular. Con el dolor acechándome, giré la cabeza lentamente, y vi que del lado contrario de la cama había un gran closet del mismo material que la puerta del baño. Y fue cuando me percaté que Julián estaba a mi lado, dormido boca abajo.
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El viaje de Gres
Ficțiune adolescenți-¿Crees en el destino?-atinó a preguntar el chico. Tenía una mirada tan curiosa y llena de intriga, pero ella no lo notó, sólo observó la vista frente a ella, pues era algo que tenía que guardar en su mente para siempre; quizá era la última y única...