Dicen que el tiempo es relativo; que para cada persona tiene un ritmo y una diversa duración. Y cuando uno es feliz, parece que el tiempo corre deprisa a comparación de cuando estamos tristes, que todo pasa en cámara lenta. La vida resulta tan rara algunas veces, que las explicaciones científicas no suelen ser suficiente para algunos temas. Sin embargo, conforme pasa el tiempo, a veces entendemos que la única opción que tenemos es vivir y dejar las dudas para después. Y para mucho después.
Siempre he creído que soy un persona que intenta vivir la vida, pero últimamente me he dado cuenta que ese es exactamente mi error; que intento vivirla en vez de hacerlo. Cuando Michael se fue de mi lado, creo que lo que más me dolió fue saber que él se había llevado consigo las mejores historias; me dolió saber que él era el dueño de los mejores momentos. Me daba miedo seguir construyendo mi vida, que nadie estuviera a mi lado y que las barreras de soporte tuviera que hacerlas a mi modo. Me asustaba estar sola.
Pero descubrí que es mejor así y que, inevitablemente nunca estamos tan solos como creemos.
Con toda la seguridad del mundo, puedo decir que las horas sin dormir, que las horas extras de trabajo y que todo el café barato que tomé en el pasado, valieron la pena. Valió cada maldito segundo de aquel sufrimiento. Y valió la pena porque me encontré a las mejores personas del mundo en mi camino. En primer lugar, están mis compañeras de cuarto: Lauren y Lu. Lauren terminó por ser aquella persona con la que es inevitable hacer conexión, puesto que es una persona dulce y que siempre tiene una sonrisa que regalar. Es la clase de persona que siempre te da la mano y que cada que tiene la oportunidad, corre a comprar a Starbucks. Y Lu, resultó ser la persona más alta y pecosa que he conocido en toda mi vida; es tan noble y dulce, dándolo un aspecto nervioso todo el tiempo. Pero Lu es tan valiente como pocos; siempre lucha por su verdad y por lo que quiere.
Ya decía que hay cuestiones en la vida que parecen no tener una respuesta, como el hecho de haberme cruzado con Julián. El primer encuentro fue extraño; primero está el hecho de haber quedado hipnotizada por su encanto y que después haya comenzado a insultar a diestra y siniestra. La segunda vez que estuve con él, pesé que casi me secuestraría, pero descubrí que era una persona demasiado amable y que sólo estaba teniendo un mal día, como cualquiera. ¿Quién diría que todos estos días él sería la persona que se encargaría de enseñarme todo el lugar y sus hermosos rincones? ¿Quién diría que tendría los mejores días al lado del extraño con el que intercambié maletas por error? ¿Quién diría que aquel extraño resultaría estar igual de perdido que yo? ¿Y quién demonios hubiera sabido que aquella persona me enseñaría muchísimas cosas?
Julián resultó ser la clase de persona que se convence a sí mismo de tener todo bajo control, de que la vida no es lo suficientemente buena para darse el lujo de buscar la felicidad en simples cosas y que el dinero es el motivo por el que el mundo no se detiene. En parte tiene toda la razón, pues ambos sabemos que el dinero es la clave del éxito en muchos asuntos, pero toda la vida ha sido tan influenciado por su familia, que no tiene una visión más allá de eso. Julián es la clase de persona que nunca busca problemas, que está tan bien con su vida que, cuando algo cambia, pierde el equilibrio. Y al final del día, resulta que es como yo: tiene miedo a probar la vida después de un corazón roto, tiene miedo a probar el mundo de una manera solitaria y que el dolor no se vaya jamás. Quizá aquello nos hizo conectar tan bien en poco tiempo o que ambos teníamos un sentido del humor algo parecido; tal vez nos hicimos tan cercanos por un dolor mutuo o sólo la vida nos dio una buena amistad.
En estos últimos días, creó que apenas y pise el cuarto del hotel. Ambos tuvimos la grandiosa de idea de aprovechar los días al cien y olvidar que las horas estaban contadas para mi regreso.
En un bar casi en los límites entre Ciudad Nueva y Ciudad Vieja, logré romper el record de mayor cervezas bebidas por una mujer, por lo que mi foto con una ebria sonrisa terminó pegada en la pared de aquel lugar. También la comida que había comido terminó embarrada en las paredes del exterior, puesto que terminé con la resaca de mi vida..., pero esa es otra historia.
ESTÁS LEYENDO
El viaje de Gres
Teen Fiction-¿Crees en el destino?-atinó a preguntar el chico. Tenía una mirada tan curiosa y llena de intriga, pero ella no lo notó, sólo observó la vista frente a ella, pues era algo que tenía que guardar en su mente para siempre; quizá era la última y única...